No cierres los ojos Akal

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Mucho antes de que lo hicieran Huxley y Orwell, el ruso Evgueni I. Zamiatin logra componer en 1920 esta sorprendente narración, la cual marca el inicio en toda regla de la novela antiutópica. Una extraña poesía de precisión matemática reina por toda esta obra, que cargada de ironía, sigue advirtiéndonos, hoy más que nunca, de que nunca estaremos a salvo de la vocación totalitaria. Con los fenómenos de la globalización y cambio climático ya iniciados, la alerta sugerida por esta imponente novela tiene más vigencia que nunca.

Sergio Hernández-Ranera:

Aunque pocos lo sepan, esta obra es una de las cumbres literarias del siglo XX, cosa que admiten sin vacilar los que la conocen. No en vano, este trabajo inauguró plenamente el subgénero literario de la antiutopía o ciencia-ficción distópica, y sirvió de modelo e inspiración para narraciones posteriores más célebres, aunque no por ello superiores, tales como Un mundo feliz y 1984. Escrita en ruso en 1920 por Evgueni Ivánovich Zamiátin (Lebedian, 1884 – París, 1937), Nosotros fue publicada primeramente en inglés en 1924, y más tarde en francés, pero no se pudo leer en ruso en la Unión Soviética hasta 1988, año en que salió a la luz al mismo tiempo que 1984.

Evgueni I. Zamiátin

Zamiátin era un genio. De hecho, antes que literato fue un brillante ingeniero naval y estuvo dedicado a la construcción de buques de gran calado en Gran Bretaña. Estudió en el Instituto Politécnico de San Petersburgo y, antes y después de graduarse, viajó por toda Rusia y visitó ciudades extranjeras como Constantinopla, Esmirna, Salónica, Beirut, Jerusalén y Port Said. Simpatizante del partido bolchevique desde sus inicios, se encontraba casualmente en Odessa en 1905 cuando tuvo lugar la rebelión de los marineros del acorazado Pótiomkin (y también en Helsinki en ocasión de la de Sveaborg).

Durante el transcurso de la I Guerra Mundial es enviado a Inglaterra para acometer la construcción de buques rompehielos. Allí vivió en un suburbio de Newcastle llamado Jesmond y trabajó en los astilleros del vecino Wallsend. Los planos y especificaciones de su nave favorita, el Alexander Nevski (más tarde rebautizado como Lenin), llevan la peculiar firma de D-503, I330 y O-90: los principales protagonistas de Nosotros. Su estancia en los alrededores de Newcastle supone la entrada en contacto con un ambiente laboral basado en el taylorismo, un sistema de eficiencia industrial en el trabajo que comienza a inquietarle.

La distopía y Nosotros

El término de distopía funciona como antónimo de utopía y fue acuñado por John Stuart Mill a finales del siglo XIX. La utopía, al margen de su significado etimológico de «idea muy halagüeña, pero irrealizable», hace referencia al lugar donde «todo es como debe ser». En contraposición, la distopía o antiutopía designa una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Las utopías, como las planteadas por H. G. Wells, no se basan en la sociedad actual y tienen lugar en un tiempo y lugar remotos, mientras que la sociedad distópica o antiutópica discurre en un futuro cercano y está basada en las tendencias sociales de la actualidad, pero llevadas a extremos espeluznantes.

En honor a la verdad, una fenomenal pero conocida novela que Jules Verne escribió en 1879 contiene ya ciertos rasgos utópicos y distópicos. Se trata de Los quinientos millones de la Begun, una interesantísima narración en la que se muestran dos ciudades-Estado creadas a partir del distinto uso que se da a una colosal herencia: la utópica France-ville, preocupada en alargar la vida humana y ofrecer todo tipo de comodidades a sus ciudadanos a través de los avances de la ciencia y la tecnología, y Stahlstad, una ciudad-fortaleza gobernada por un proto-Hitler prusiano de ideas racistas, y dedicada a desarrollar armas de una potencia jamás vista para todo país que las pueda pagar.

George Orwell, el archifamoso autor de 1984 y Rebelión en la granja, reconoció el entusiasmo que le produjo la lectura de Nosotros. Es sabido que se hizo con una edición en francés y se lamentó de no hallar una edición inglesa a mano:

«Resulta sorprendente que ningún editor británico haya sido lo bastante emprendedor para reeditarlo»

Orwell consideraba que la obra cumbre de Zamiátin era superior a la de Huxley (Un mundo feliz, 1931), y se sorprendía de que la novela hubiera pasado desapercibida (quizá porque la fama de Nosotros se vería impulsada por 1984). No hay que ser un sagaz crítico literario para encontrar en 1984 numerosos elementos absolutamente calcados de Nosotros: el Gran Hermano es el equivalente al Benefactor; la telepantalla deriva de las Tablas de la Ley; la policía del Pensamiento recuerda a los Guardianes, y la habitación 101 (el despacho de Orwell en la BBC durante la II Guerra Mundial) es deudora del auditórium 112 (en realidad, la celda en la que Zamiátin llegó a estar preso en dos ocasiones), etc.

Fascinado por el universo de Nosotros, tan cruel como el de 1984, Orwell afirma que Zamiátin comprende mucho mejor que Huxley el lado irracional del totalitarismo, pues a su juicio, los que detentan el poder en Un mundo feliz carecen en realidad de motivos poderosos para mantenerse en él; la finalidad no es la explotación económica, no hay hambre de poder ni sadismo. Por el contrario, Zamiátin sugiere que el poder es un fin en sí mismo y que su razón principal es actuar con saña y dureza.

La importancia y vigencia de Nosotros en el mundo actual

La obra cumbre de Evgeni I. Zamiátin alumbró todo un subgénero literario en el que las narraciones más representativas y anteriormente comentadas devinieron en clásicos de la literatura mundial. No obstante, la novela antiutópica siguió desarrollándose y produciendo títulos importantísimos, tales como Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953), e incluso La naranja mecánica, de Anthony Burguess (1962) o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip K. Dick (1968).

La pujanza de la antiutopía se extiende más allá de la mera influencia artística interdisciplinar. El rasgo básico de Nosotros y todas las obras posteriores es la denuncia de formas funestas de organización social cuyas bases se comienzan a vislumbrar.

La perfección del control es total cuando ya no queda nada con lo que compararse, cuando ya todo el mundo se rige por el mismo sistema. La hegemonía del pensamiento imperante, que ahora se llama neoliberalismo, es totalmente fiel a su dios: el libre mercado. Se considera que todo lo que quede fuera de sus límites no puede gozar de libertad ni de democracia.

El neoliberalismo capitalista (también llamado neoconservadurismo) ha logrado que lo que la gente entiende por democracia sea en realidad una ilusión de democracia. En Nosotros, se describe el procedimiento por el que se elige anualmente al líder del Estado Único: el Benefactor. La máxima expresión numérica de la economía de mercado, la bolsa, muestra que para que alguien obtenga beneficios, otro tiene que sufrir pérdidas. Sin embargo, la ilusión de experimentar la democracia y el libre mercado conducen a la mayoría a creer firmemente que éste es el mejor camino. Más aún, el único camino posible (es un mensaje con el que se nos bombardea constantemente).

Hoy en día, el mandamiento supremo de la política económica imperante es el del máximo beneficio posible: el dinero. Como en Nosotros, la dignidad y los derechos de las personas están siendo reducidos a cifras, pero no ya de eficacia o productividad como en la novela (que es algo tremendo, lo peor), sino de rentabilidad (algo aún más tremendo: lo peor de lo peor). El poder libre-económico no busca tanto mejorar la vida de los ciudadanos como satisfacer su propio poderío.

La guerra constante, el hambre y el miedo, decía Orwell en sus reflexiones de 1984, son el único medio posible para asegurar el mantenimiento de las sociedades jerarquizadas:

«No se trata de si la guerra es real o no. La victoria no es posible. No se trata de ganar la guerra, sino de que esta sea constante. Una sociedad jerarquizada sólo es posible si se basa en la pobreza y en la ignorancia. En principio, el fin de la guerra es mantener a la sociedad al borde de la hambruna».

Por espeluznante que parezca, la idea parece confirmarse y da igual que las sociedades en cuestión se asienten sobre un sistema estalinista o sobre uno de libre mercado.

El totalitarismo incipiente ya no necesita aplicar la coerción para obtener el paulatino control de la población, pues ésta se brinda con docilidad a la censura y vigilancia a la que empieza a ser constantemente sometida. Esta tarea, que ha sido asignada a los medios de comunicación de masas (excepto, tal vez, internet), comienza a dar sus primeros frutos.

Y todos sabemos cuál será el resultado final: en aras de la seguridad, la gente amará su servidumbre; o lo que es lo mismo, un totalitarismo perfecto. A través de uno de sus personajes, Zamiátin nos dice en su magnífico relato:

«¿Con qué sueña la gente? Con alguien que les diga de una vez por todas en qué consiste la felicidad y que luego les encadene a ella».

El texto de esta entrada es un fragmento de la introducción del  libro “Nosotros” publicado por Ediciones Akal

«Nosotros» – Evgueni Ivánovich Zamiatin – Akal

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