No cierres los ojos Akal

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Las ideas a menudo parecen cobrar vida propia. Las más de las veces transitan por caminos equivocados, desarrollándose a partir de conceptos que los contextos históricos, coordenadas epistemológicas e ideologías filtran como si fueran una especie de gafas para ver la realidad, y que, al contrario que en la película Están vivos, la reconfiguran en nuestras mentes en lugar de mostrarla tal como es. Se generan así pensamientos totalmente diferentes sobre los mismos conceptos, ya que estos han sido modulados a través de distintas abstracciones a lo largo del tiempo, y surgen otros conceptos nuevos fruto de las explicaciones vistas desde la mentalidad de otra época y cultura posteriores. Expliquémonos.

Ilustremos el caso con nuestra idea sobre el marxismo ¿Cómo muchos de nosotros hemos llegado a vincularnos a este? Puede ser una pregunta interesante para entender el marxismo de hoy en día, para entender que el impulso inicial no parte nunca ‒no habría capacidad para tal‒ de una lectura analítica de la obra de Marx, y menos aún de analizar el capitalismo en sí mismo, sino de otra clase de pulsiones que se van acumulando. Si rasgáramos en las capas de recuerdos, puede que surjan ideas maniqueas, vagas, idealizadas para vernos a nosotros mismos como grandes analistas de la realidad, como personas convocadas a un fin mayor que han pasado sus días marcando las huellas de sus zapatos en una biblioteca. Todo para llegar a una toma de conciencia no apta para la mayoría de mortales, alienados irremediablemente por una sociedad de consumo que controla mentes, gustos y voluntades. Incluso al propio Marx le gustaba de usar el mito prometeico en sus poemas de juventud, aquel que habla de un rebelde que se enfrenta a la autoridad de Zeus y lleva la luz a toda la humanidad. Puede que, inconscientemente, queramos imaginar algo así.

Pero la verdad es que la mayoría de los que nos autodenominamos marxistas empezamos ese viaje por ideas muy difusas: una canción de Reincidentes, una familia de tradición militante o republicana, una característica social o identitaria que te haya hecho realizar las preguntas oportunas, una ligera preocupación por las condiciones económicas o ambientales en las que te encuentras o en las que se encuentran otros (es decir, algo tan humano como la empatía). La mayoría salen al paso mostrando conformidad con la lectura de El manifiesto comunista. A algunos la curiosidad –o la necesidad– los pica lo suficiente. Profundizan.

Cuando lo hacen, el acompañamiento lo realizan otros marxistas, cuyas recomendaciones de lectura o cultura política tienen que ver con textos soviéticos o con las interpretaciones más habituales sobre el marxismo. Por lo tanto, asumimos esas interpretaciones como propias, moldeándolas a nuestro contexto, formándose una tradición que ya dura décadas y décadas, en las que pocas veces se ha vuelto a recurrir a las fuentes originales. Y así se han ido sedimentando, durante años, una serie de distorsiones, formando una inmensa arquitectura sobre unas tierras movedizas de abstracciones o significados que, como mínimo, deberían revisarse.

Nuestro marxismo, por consiguiente, surge de nuestra interpretación (de por sí muchas veces interesada y distorsionada) sobre la interpretación que otros, influidos por su coyuntura política, hicieron de los textos de Marx o sobre la interpretación de la realidad que se hizo usando el método que se creía marxiano. De hecho, a conveniencia del interesado, se usan unos textos en detrimento de otros: a veces el Marx más romántico y revolucionario, el que  destacaba el heroísmo y creatividad de la clase obrera en las barricadas; a veces el más racionalista y modernista,  el más centrado en la teoría; en otras ocasiones, los textos de Engels, que fue el más interesado en demostrar el estatus de ciencia del marxismo; o los textos de Marx sin revisar y editar por él mismo.

Es decir, lo que hemos estado haciendo es pasar por un proceso que va del pensamiento impreciso e interferido por construcciones culturales, psicológicas, ideológicas… al pensamiento también impreciso e interferido por otras construcciones. ¿No es esto el idealismo que tanto se criticaba desde el marxismo? 

Pues bien, Carlos Fernández Liria acaba de publicar su libro Marx 1857, que desmonta una de las tesis principales del marxismo: que el método de Marx era el método dialéctico. Un texto que puede suponer, como diría Kafka, el «hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros». En él se nos propone cambiar el proceso. Pasar del pensamiento impreciso al pensamiento riguroso. Limpiar las interferencias ideológicas a través de la mediación científica. Porque, defiende en su libro, es lo que hacía Marx cuando rompió con ese historicismo que parecía dar vida propia a las ideas:

«El conocimiento no es obra de la historia. Es obra, nos dice [Marx], de “una cabeza”. El conocimiento no es el resultado que arroja el continuo agitarse de los pensamientos en la historia. No. Es todo lo contrario: cuando la historia mueve los pensamientos de un lado para otro, cuando los anima a moverse por sí mismos, a profundizar en sí mismos, a reflexionar sobre sí mismos, a dar de sí, en suma, cuanto pueden dar con todas las energías de la totalidad, con todo el cerebro de su época entera y de la historia misma, el resultado no es la historia de la ciencia. Como acertará a decir Althusser, el resultado es, más bien, todo lo contrario: un tejido de evidencias tenaces y estériles, un “macizo ideológico”, una fortaleza inexpugnable de lugares comunes y prejuicios inconfesados».

De aquí se vislumbra la tesis de Liria: en resumen (y de forma simplificada), que Marx, por consiguiente, a partir de 1857, rompe con el método dialéctico, ya que la dialéctica era precisamente el procedimiento hegeliano que justificaba ese desarrollo de los conocimientos en el tiempo y esa proliferación de nuevos conceptos a partir de los viejos. Y de paso acusa al marxismo de ser un «macizo ideológico», por no atenerse a la metodología analítica, sino a unas supuestas leyes científicas de la historia.

En definitiva, Liria se ha propuesto poner patas arriba toda esa arquitectura sobre arenas movedizas de la que hablábamos. Conviene leerlo atentamente. Para los muchos –me incluyo– a los que Politzer  introdujo en los principios del materialismo dialéctico, este libro puede suponer un terremoto. ¿Y si hemos estado equivocados en muchas de las cosas que creíamos inherentes a Marx? ¿Y si los cuadros de los partidos y la propia academia hubieran estado equivocados? ¿Y si, como se decía, el comunismo no es el fin inevitable del capitalismo? ¿Y si estábamos equivocados respecto a los postulados del materialismo dialéctico?

Marx 1857 no es el único, desde hace tiempo varios autores están realizando un esfuerzo intelectual por abordar la tarea de volver a revisar y repensar las obras marxianas: Montserrat Galcerán (La invención del marxismo); el trabajo de Wolfgang Fritz Haug y el de Michael Heinrich; el propio Fernández Liria, junto con Luis Alegre, en títulos que ya son una referencia ineludible, como El orden de El Capital o Marx desde cero, y publicaciones recientes de César Ruiz Sanjuán (Historia y sistema) o Clara Ramas (Fetiche y mistificación capitalistas). Como se está viendo, se trata de un esfuerzo colosal, pero imprescindible, por entender con certeza y rigurosidad el pensamiento que nos legó uno de los más influyentes filósofos del siglo XIX.

Marx 1857 –  Carlos Fernández Liria – Akal

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