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Matriarcadia es el relato de una sociedad utópica en la que sólo existen mujeres, quienes gobiernan una sociedad ordenada y pacífica sin varones desde hace dos mil años. Su apacible vida se ve alterada por la expedición de tres hombres de muy diferente carácter. La activista feminista Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) pone en evidencia la rigidez de la sociedad americana en la que ella vive en contraste con una imaginaria cuya correcta marcha demuestra que la mujer, la feminidad y la maternidad pueden cumplir un papel muy distinto en la educación, el amor y la vida cotidiana.

Ramón Cotarelo:

El género utópico, como otros géneros literarios, ha sido hasta hace poco un predio casi exclusivamente masculino, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta la condición tradicional de subalternidad de las mujeres en todos los campos y, desde luego, en el de la creación literaria. Menos obvia parece en cambio la característica de que el utópico haya sido también, por apabullante mayoría, un género angloamericano y francés. Casi no hay utopías italianas, españolas o alemanas, salvo contadísimas excepciones. Una posible interpretación de este hecho quizá apunte al de que fueron ingleses y franceses quienes prácticamente colonizaron el mundo, con la excepción de España que, habiendo creado el primer imperio ultramarino, conjuntamente con Portugal, desaparece de la escena internacional a lo largo del siglo XIX. Es en esta centuria cuando se crean los dos mayores imperios, el francés y el inglés, y con ellos se acumula una enorme cantidad de información sobre culturas y civilizaciones extraeuropeas, sociedades salvajes y primitivas que dan origen a disciplinas como la antropología y la etnografía, o las consolidan, como la sociología, al tiempo que se reúne material que inspira las creaciones literarias de la época. En el caso norteamericano, la considerable profusión del género utópico quizá pueda atribuirse al hecho de que en esta sociedad no sólo seguía viva la conciencia de la primera colonización como misión para construir sociedades nuevas, sino que el propio país fue tierra de acogida de innúmeros experimentos utópicos, a veces foráneos, como los falansterios de Fourier o los icarianos de Cabet, a veces autóctonos, como los clubes nacionalistas de Bellamy.

(…) Si agrupamos las características más comunes en una serie de utopías muy conocidas, desde Utopia hasta Ecotopía, pasando por las clásicas hasta las distopías del siglo XX, para establecer una especie de modelo o canon en sentido muy amplio del género utópico, veremos que Matriarcadia apenas se ajusta a él. Sin duda, cumple con un factor que casi parece consubstancial al género: es la presentación de una sociedad imaginaria, bien en el futuro, bien en algún lugar, que es, en realidad, un «no lugar» como en este caso y que sirve para proyectar una reforma radical de la sociedad actual, cuyos vicios y defectos se exponen cumplidamente. No se olvide que el objetivo que movilizó a Gilman toda su vida fue la reforma social. Las utopías suelen ser proyectos de mejora y crítica del presente. Y eso es Matriarcadia. Se añade igualmente otro rasgo general: es una novela. El género utópico es filosófico-literario.

(…) Desde un punto de vista del fondo, del contenido, de la moral de la historia, esta se concentra en presentar cómo sería una sociedad con un solo sexo, únicamente habitada por mujeres. En cuanto a sus aspectos prácticos, las referencias concretas son muy escasas, casi inexistentes. No hay en el relato mecanismos ingeniosos, soluciones tecnológicas con grandes avances científicos que cambien radicalmente la vida de las personas como suele suceder en las utopías decimonónicas, habitualmente impregnadas de espíritu positivista y adoración por el progreso científico. Es más, apenas si hay explicaciones respecto a la vida cotidiana en sus aspectos más elementales, acerca de cómo viven, cómo trabajan, cómo se desplazan las gentes. De hecho, todo el proceso productivo es un misterio, como lo son sus consecuencias sociales en forma de clases, conflictos, relaciones de poder y obediencia, etc. El orden económico, social y político de Matriarcadia es muy elemental. Parece un pequeño lugar. Se le adjudica la extensión de Holanda (por cierto, mal medida en la versión original) y una población estable de unos tres millones de almas que, por lo demás, parecen conocerse todas, como si se tratara de una aldea.

A veces se describen algunas cuestiones prácticas de carácter problemático y se exponen unas soluciones muy a tono con las polémicas del tiempo: el maltusianismo se resuelve con el control de la natalidad (y cierta complicada eugenesia) y la reserva de todo el espacio disponible a la agricultura, sin actividad pecuaria, de forma que Matriarcadia es, por inferencia, vegetariana. La única actividad productiva que se describe es la silvicultura y, aunque hay ciudades y carreteras correctamente pavimentadas, no se informa de industria alguna, lo cual incide en el carácter de una sociedad de organización elemental con una vida bucólica y pacífica. Hace más de 600 años, según informan las nativas a nuestros tres viajeros, que no se da un crimen o un delito en Matriarcadia. Y el conjunto del sistema penal del lugar se orienta más a tratar el delito no como comportamiento desviado, sino como enfermedad, una probable muestra de la influencia de Butler que en Más allá de las montañas, postula un enfoque penal de este tipo, si bien en el caso del inglés la imagen se completa con la costumbre de tratar a los enfermos como delincuentes (Butler, 2012).

(…) Es de insistir en que la utopía pretende describir un mundo construido, habitado e interpretado exclusivamente desde una perspectiva femenina. Como tal, en el aspecto moral se entiende asentado y organizado en un principio casi místico, el de la Maternidad. Esta es el alfa y omega de la organización social en Matriarcadia y el que en cierto modo revierte a la dialéctica entre lo público y lo personal, siempre presente en Gilman, quien, como hemos dicho, no se consideraba a sí misma apta para la maternidad, pero la tenía en la mayor de las veneraciones.

No resulta extraño que, entre la somera visión que se nos ofrece de las distintas ciencias, la educación ocupe un lugar preferente. En realidad es más que una ciencia, la pedagogía; es una especie de vocación o sacerdocio que, por la importancia de su función (la formación de las futuras madres), sólo se confiere a aquellas que han mostrado una extraordinaria capacidad para ello. Aprovecha el momento Gilman para representar la propuesta esencial sobre educación de los niños, que había hecho en su obra sobre los hijos (Gilman, 1900) y que ella misma había puesto en práctica cuando envió a su hija Katherine a convivir con su padre y la mujer de este. Lo que sostienen las mujeres de Matriarcadia es que la educación de las niñas como futuras madres es la tarea más importante de la sociedad y por ello no puede dejarse en manos inexpertas, como las de las madres biológicas. Estas deberán entregar a sus hijas, ya desde bebés, a los cuidados de otras matriarcádicas que sean profesionalmente competentes en la materia. Se entiende, sin embargo, que no se trata de una socialización completa de las niñas, puesto que estas siguen en relación con sus madres biológicas y conviven con ellas hasta su emancipación.

(…) En ese mundo cerrado sobre sí mismo, autocomplaciente, el aterrizaje de los tres jóvenes estadounidenses ocasiona una verdadera conmoción. La historia quiere ser la de un mundo feliz, bucólico, arcádico, casi perfecto, deseoso de explicarse y contraponerse a nuestra realidad de insuficiencias, vicios y defectos. Pero el resultado, curiosamente, es el contrario y a esa situación se llega por la descripción de las tres parejas que enseguida se forman.

Las tres relaciones amorosas y consiguiente matrimonio de nuestros tres jóvenes aventureros con tres muchachas de Matriarcadia sirven a Gilman para exponer el abanico de sus críticas y agravios más señalados respecto a las organizaciones de las familias y la vida conyugal en la sociedad de su tiempo, que, en buena medida, son las del nuestro. La necesidad de los tres expedicionarios de adaptarse a los usos y costumbres de Matriarcadia, en donde ni siquiera se entiende qué sea un «hogar» y qué una «esposa», da pie a la autora para hacer un replantamiento crítico de la organización familiar de su época.

Lo que más llama la atención de los relatos de los tres hombres a sus cónyuges es el hecho de que la relación matrimonial sea de dominación de la mujer, es decir, que esta aparezca como una posesión de su marido. El ejemplo más acabado de esta relación de dominación y posesión es la costumbre anglosajona de que las mujeres cambien su apellido al casarse, dejen de emplear el del padre y pasen a usar el del marido. Para las habitantes de Matriarcadia ello equivale a una pérdida de libertad y, por lo tanto, de la dignidad de las mujeres, y las tres recién casadas se niegan explícitamente a seguir la costumbre.

Otra costumbre occidental, la de valorar la virginidad de las novias, es asimismo motivo de ataque igualitario de Gilman. Cuando los recién casados se la explican a las mujeres, estas responden que si se pide lo mismo a los hombres, a lo que aquellos contestan que no, pero, al hacerlo queda por primera vez patente a su vista la desigualdad e injusticia en el trato.

El aspecto en el que más clara se muestra la contradicción entre la sociedad occidental que Gilman conocía y la que había fabulado es en la consideración respecto a la utilidad de las mujeres o el trabajo que estas realizan. La insistencia de los tres exploradores de que en su sociedad las mujeres no realizan trabajo alguno excepto cuidar del hogar y de los hijos provoca gran escándalo entre las habitantes de Matriarcadia, en donde hay una conciencia muy aguda de que el trabajo en pro del bien común es el fin más noble de la vida personal. Una existencia de ocio es impensable para ellas. La propia Gilman parece no aquilatar suficientemente alcance de su observación. La imagen de mujer ociosa, subalterna, mantenida por el esposo y dedicada a este, a sus hijos y a su hogar sin nada más que hacer vale desde luego para las mujeres de la burguesía, pero no así para las del proletariado, que generalmente están obligadas a conjugar sus obligaciones hogareñas con un trabajo fuera de casa y, encima, pobremente remunerado.

(…) Matriarcadia es una utopía muy peculiar. Sin duda es un alegato feminista y es desde esta perspectiva de género desde la que se valora la obra de la autora de La habitación del papel amarillo en diversos sectores del movimiento feminista. Pero no cabe ignorar que se trata de una feminista sui generis, empezando por el hecho de que ella misma negara serlo.

La contradicción alcanza su forma más aguda cuando, considerando el desenlace de la historia, se observa que no se trata de una utopía como una realidad absolutamente deseable, esto es, como una eutopia sino, al contrario, como una sociedad aquejada por la conciencia de una deficiencia: la falta de reproducción bisexual que, en definitiva, viene a considerarse como una carencia. Así, Matriarcadia es casi una distopía, una utopía, por así decirlo, como mal menor y de la que las habitantes estarían dispuestas a marcharse de no ser porque lo que encuentran fuera de ella todavía es peor.

El texto de esta entrada es un fragmento del estudio preliminar, escrito por Ramón Cotarelo, de la edición de «Matriarcadia» publicada en  Akal

Matriarcadia – Charlotte Perkins Gilman – Akal

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