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Saskia Sassen | Inmigrantes y ciudadanos

Los hechos y los argumentos presentados en este libro sugieren que las migraciones no ocurren sin más, sino que son producidas. Las migraciones no implican cualquier combinación posible de países. Siguen pautas. Además, el empleo inmigrante también sigue pautas; los inmigrantes, rara vez, tienen la misma distribución ocupacional e industrial que los nacionales de los países receptores. Finalmente, aunque pueda parecer que las migraciones son omnipresentes, existen fases y pautas distintas a lo largo de los últimos dos siglos. En suma, las migraciones internacionales son producidas, siguen pautas y están integradas en fases históricas específicas.

Reconocer esos rasgos abre la cuestión de la política inmigratoria más allá del ámbito conocido del control de fronteras, reunificación familiar, naturalización y derecho de ciudadanía. Esta apertura tiene tres aspectos que son esenciales para el análisis e interpretación del presente libro.

Uno de estos aspectos es el grado en el que las migraciones laborales se integran en estructuras sociales, económicas y políticas más amplias, y el hecho de que esto conlleva limitaciones en su geografía, duración y tamaño. Existe una geopolítica de la migración y existe el hecho de que las migraciones forman parte de sistemas; ambos fijan parámetros para las migraciones. Estas no adoptan la forma de invasiones; no lo hicieron en el siglo XIX, cuando los controles fronterizos eran mínimos o inexistentes, y no lo hacen hoy. Tanto la emigración como la inmigración afectan siempre a una pequeña parte de la población de un país.

Si podemos aceptar que la migración no es una mera agregación de decisiones individuales, sino un proceso cuyas pautas y configuración se ajusta a sistemas político-económicos existentes, entonces se hace más manejable la cuestión del control y la regulación. Los sistemas en los que se integran las migraciones contienen sus propias fuerzas reguladoras. Los desbordamientos tienden a ser de escasa importancia, y es evidente que cuando se alcanza un punto excesivo, podemos contemplar una considerable migración de retorno y/o niveles descendentes de inmigración; puede que hagan falta varios años, pero acaba sucediendo.

Una segunda condición es la naturaleza sumamente diferenciada de la inmigración, y en particular la distinción, cada vez más importante, entre la migración circular y el asentamiento permanente. Si podemos aceptar que la inmigración es un proceso limitado y diferenciado y no una invasión masiva procedente de los países pobres, entonces es más factible desarrollar una política inmigratoria. Por ejemplo, una política cuyo objetivo sea garantizar la plena integración de la población inmigrante permanente debería ser menos amenazadora. La inmigración orientada al reconocimiento de las diferencias culturales y religiosas es esencial y más factible si reconocemos el carácter limitado de la inmigración.

Una tercera condición es la internacionalización de facto de la política inmigratoria. Tanto la interconexión global de las economías, por un lado, y el desarrollo de una amplia red de derechos y sentencias judiciales, junto con la aparición de inmigrantes como actores políticos, por otro lado, han reducido la autonomía del Estado en la política inmigratoria (y de refugiados). Nada de esto debería sorprender dadas las tendencias hacia la transnacionalización de las economías, la cultura y la batalla por los derechos humanos.

Al final de este viaje en el que tanto empeño han puesto los países de Europa Occidental a lo largo de los últimos años brilla una tímida idea: ¿son los inmigrantes y refugiados que han vivido aquí durante tanto tiempo los colonos actuales? ¿Se está desarrollando en estas antiguas naciones metropolitanas una historia poscolonial, entendida en sentido amplio, y forman nuestros inmigrantes y refugiados parte de esta colonización poscolonial? Históricamente, hemos atribuido al colono connotaciones positivas por el duro y sucio trabajo de colonizar las fronteras del mundo occidental en todas las partes del globo. ¿Son la actual frontera en el seno de nuestras sociedades prósperas los trabajos mal pagados, duros y peligrosos que siguen desempeñando de forma desproporcionada los inmigrantes? ¿Hemos creado una nueva zona de frontera en el corazón de nuestras economías avanzadas, especialmente en nuestras grandes ciudades de los Estados Unidos y de Europa Occidental? ¿Y es precisamente por el hecho de que se encuentre en nuestro seno por lo que esta «frontera» no puede convertirse en sujeto de los mitos de purificación? ¿Es el desempleo, que golpea a inmigrantes y nacionales, también una frontera contemporánea en el seno de nuestra sociedad que ya no puede desplazarse a tierras lejanas mediante la emigración masiva?

Las naciones europeas –de Alemania a Francia, en sus políticas que contrastan radicalmente– llevan al menos dos siglos incorporando a hombres y mujeres «extranjeros». Es esencial que Europa se desprenda de su imagen y representación como continente cuya historia migratoria se limita a las migraciones masivas del pasado. Esa es una representación parcial hasta el punto de la distorsión, que está impidiendo alcanzar una política razonable. Las inmigraciones, procedentes de lugares cercanos y lejanos, han constituido una parte integrante de la historia de Europa.

Inmigrantes y ciudadanos

portada-inmigrantes-ciudadanos¿Qué papel han desempeñado los flujos migratorios en la economía, la política y las sociedades europeas contemporáneas? En esta brillante obra, la prestigiosa socióloga Saskia Sassen nos ofrece una vasta panorámica de los últimos doscientos años de migraciones europeas.

Ningún fenómeno migratorio escapa a su agudo análisis, desde las migraciones masivas –de judíos orientales, de europeos del sur hacia las regiones industriales centroeuropeas– y las migraciones estacionales aparejadas al ciclo agrícola hasta, ya entrado el siglo XX, los grandes desplazamientos de población motivados por las terribles conflagraciones que asolaron el continente –cuando surgió la figura del «refugiado»–. De este modo, la autora nos desvela hasta qué punto las migraciones constituyen un elemento esencial de la identidad europea –inexcusable para entender no solo las dinámicas urbanizadoras e industriales del continente, sino también la faz actual de la Europa comunitaria– y termina esbozando una «posición ilustrada» que aspira a mejorar las políticas de inmigración actuales a la luz de esta experiencia histórica.

«Saskia Sassen es brillante y navega contracorriente en un mundo de falsas excelencias, permanentes evaluaciones burocráticas, productos científicos banales y una enseñanza universitaria cada vez más precaria.»
Holm-Detlev Köhler, El País

Inmigrantes y ciudadanos – Saskia Sassen – Siglo XXI Editores

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