Pascual Serrano presenta “No nos taparán”

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Debatir sobre culturas, religiones y la mujer puede resultar inabarcable. Si a ello le añadimos cómo se insertan unas cuestiones de una cultura en otra, la complejidad se acrecienta.

Por ello quizá, antes de concretar, es necesario plantearnos si apostamos por valores universales o no. Sin duda existirá un conflicto entre dos polos. Habrá potencias geopolíticas y culturales que querrán imponer sus criterios al resto de la humanidad, que considerarán que su modo de vida es el único válido frente a la barbarie del otro y aprovecharán esa excusa para combatir al ajeno, aplastarlo, y, ya de paso, saquearlo. No es nuevo. Es lo que hicieron las potencias colonizadoras en los siglos pasados. Todavía hoy es un discurso de sectores ultraderechistas europeos y estadounidenses, unos añorando tiempos imperiales y otros convencidos de que su modo de vida es el único válido.

En el otro polo tendremos a quienes, movidos por un exacerbado sentimiento de culpa colonialista, fascinación por lo distinto y lejano o guiados por el mito del buen salvaje, consideran que todo lo que procede de otra cultura debe ser sistemática y acríticamente aceptado.

En nuestra opinión, estas dos posiciones radicales son peligrosas para la humanidad. Es necesario establecer unos principios y valores comunes para hombres y mujeres. De hecho, es lo que se planteó cuando la ONU aprobó en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es decir, hablamos de unos mínimos elementos, criterios de convivencia, derechos… que debemos exigir a cualquier colectivo en cualquier lugar del mundo y que no pueden ser atropellados en nombre de culturas minoritarias, grupos étnicos o idiosincrasias históricas. Pero que deben ser universales, y no que procedan y se impongan desde una determinada cultura considerada superior.

Obsérvese que todavía no hemos incorporado al debate el elemento que quizá haya generado más enfrentamiento y terror entre culturas: la religión. Es verdad que no todas por igual, pero sí que, en su nombre, los pueblos han sido –y en algunas geografías todavía hoy lo son– arrastrados a la intolerancia al otro y a la imposición violenta de sus dogmas a todo el que se resistiera. Y si los infieles, por no compartir la religión, eran las víctimas habituales de la ira en nombre de algún dios, las mujeres, de la religión propia o ajena, siempre fueron el grupo social más atropellado y cosificado por la mayoría de las religiones.

Y después de este intento de aproximación a un marco de discusión, llegamos a este libro de la colección A Fondo de Ediciones Akal, No nos taparán. En él se plantean el conflicto entre sociedades, el patriarcado de la religión y la defensa valiente de una autora que reivindica unos valores universales y laicos para enfrentar a un islamismo opresor y una determinada izquierda cómplice. Mimunt Hamido sabe de lo que habla, pues nació en Melilla, en el seno de una familia musulmana. En las páginas que siguen, nos cuenta en primera persona su vida amenazada y oprimida por la religión. Una religión, la islámica, y un símbolo de esa opresión, el hiyab. Pero no es sólo un libro meramente testimonial, sino que se trata de un trabajo documentado en el que recoge los testimonios de mujeres que, como ella, han tenido que enfrentarse a ese islam que oprime y cosifica a las mujeres. Por supuesto, hay varios islam, y aquí viene una de las grandes aportaciones de la autora. En contra de lo que muchos creen, ese islam que ahora está avanzando en el mundo, el salafismo, nacido en los sectores más reaccionarios de Arabia Saudí, está teniendo su mejor caldo de cultivo en las sociedades europeas, incubándose en la complacencia de una izquierda que, en nombre de una mal llamada tolerancia, defiende símbolos y opresiones contra las que mujeres dan la vida en el mundo musulmán. Y todo ello bien regado con dinero de las petromonarquías.

Para Mimunt Hamido, el hiyab es el elemento más emblemático de la opresión del islam contra las mujeres y por eso no acepta que existan varias interpretaciones sobre ese símbolo. Ni es cultura, ni etnicidad, es la teología ortodoxa islámica que establece que el pelo de las mujeres es un atributo erótico que puede despertar deseos sexuales malsanos en los hombres, intentarán tocarla, violarla… Con el pañuelo se evita el enfrentamiento entre un hombre y el «propietario» de la mujer, su esposo o su padre si no se ha casado todavía.

En No nos taparán, el debate lo plantea la autora ante el nuevo fenómeno de mujeres musulmanas que en la Europa occidental –muchas de ellas sin pasado religioso– se han convertido en ardientes defensoras del hiyab, lo que Mimunt llama la nueva secta del islam europeo. Años de lucha feminista por la liberación para observar cómo el corazón de Europa, la que parecía que más había avanzado en los derechos de las mujeres, se convierte en vanguardia del islamismo más reaccionario con las mujeres como carne de cañón. Porque el dichoso hiyab no es un mero pañuelo, nos recuerda Mimunt. Detrás de él se encuentra el imperativo de virginidad hasta la llegada al matrimonio, la negación de su sexualidad, el concepto de mujer como objeto de posesión de un hombre, la anulación de cualquier socialización que no sea con los hombres de su familia u otras mujeres…

Que mientras miles de mujeres pierden la vida en países islamistas por liberarse de ese hiyab, con todo lo que él supone, en Occidente surjan conversas y políticos y colectivos progresistas defendiéndolo, incluso fomentándolo, en nombre de riquezas culturales y tolerancias a minorías, supone, en su opinión, uno de los mayores retrocesos a los que se enfrenta el feminismo en Europa. Que levantar la bandera de la laicidad y del feminismo liberado de patriarcado religioso sea calificado de islamofobia por alguna izquierda es otro de los motivos de indignación de la autora. Quienes defienden el hiyab como elemento de tolerancia no se dan cuenta de que, precisamente, están apoyando la existencia de un símbolo de segregación entre hombres y mujeres, entre creyentes y no creyentes, entre pecadoras y virtuosas.

Y no, el hiyab nunca es voluntario, aunque se lo oigamos decir a una adolescente musulmana en una ciudad europea. Quien lo lleva no se lo podrá quitar en público porque será insultada por sus amigas, repudiada por su familia, despreciada por su comunidad y discriminada en cualquier entorno musulmán. A la joven con hiyab nunca la veremos charlando con un grupo de chicos de su edad en un parque, nunca la veremos tomando algo en un pub, no se bañará en bikini en una piscina pública, no bailará música moderna. ¿De verdad nos convencerán de que es sólo un pañuelo, una mera prenda de vestir?

Hamido nos recuerda en este libro valiente y sincero que esto no fue siempre así, que hubo tiempos en que en países como Marruecos, Túnez o Egipto las mujeres, creyentes o no, no llevaban hiyab, vestían igual que en Madrid o París, se relacionaban con sus amigos igual que en cualquier ciudad europea y el imam no tenía ninguna autoridad en la comunidad. En cambio, ha sido en Europa, al calor de un mal entendido respeto y tolerancia, donde el salafismo se ha desarrollado, donde las autoridades han dado carta de autoridad a los imames, legitimándolos como representantes de la comunidad, donde algunos ayuntamientos celebran el Día Mundial del Hiyab, donde se financian conferencias en instituciones públicas sobre el «feminismo islámico», donde las ayudas públicas para emigrantes no son para que creen un sindicato sino para que construyan una mezquita. La izquierda, que tanto ha luchado para eliminar símbolos religiosos de los colegios, está apoyando ahora que sean las adolescentes musulmanas soportes andantes de esos símbolos en sus colegios. La izquierda que en los sesenta llamaba a las mujeres a quemar los sujetadores, llevar minifalda y vivir su sexualidad libremente, ahora dice que hay que respetar el hiyab, cuando no lo aplaude, como elemento multicultural que nos enriquece y ejemplo de respeto a otras comunidades.

Y volvemos al principio de la presentación. Igual que los derechos humanos son universales, también lo es el feminismo que reivindica Mimunt Hamido. Un feminismo laico, un feminismo que no tolera que ni la religión ni el patriarcado condicionen su vida ni limiten sus libertades. Un feminismo que no debe tolerar que tapen a las mujeres.

Pascual Serrano

No nos taparán – Mimunt Hamido Yahia – Akal

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