No cierres los ojos Akal

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Cuando una mujer en un partido político, en una escuela, se pone un hiyab, está marcando la pauta para otras mujeres, les está diciendo cómo deben vestir para ser tratadas como unas buenas musulmanas. Está contribuyendo a uniformarlas a todas, a seguir las mismas reglas acordes con la «identidad» que ellas han elegido, aunque en realidad esa «identidad» es una religión, y ni siquiera es la religión de las musulmanas de Marruecos, Líbano o Turquía, sino de este nuevo islam europeo que considera imprescindible que las mujeres se cubran con el velo.

Estas mujeres están dando la razón a quienes dicen que las musulmanas tienen que llevar velo, tienen que apartarse de los hombres, mantenerse lejos de las playas si no hay un burkini de por medio. Al final, estas mujeres no están dando voz a su prima de Marruecos, a las mujeres de Turquía o Argelia. A quien dan voz, a quien representan, es al camarero que las discrimina no poniéndoles una copa porque son mujeres, o a los tipos que llaman putas a toda musulmana que ven en la playa en bikini.

Desde la defensa de su identidad como musulmanas, están afianzando una ideología mundial con un uniforme concreto y unas normas de vida concretas que separan a mujeres de hombres, a creyentes de infieles. Están ensanchando la distancia entre «Las de aquí» y «Las que no son de aquí». Están dando la razón a la derecha que dice que los musulmanes no pueden integrarse nunca en España. Están representando a esa corriente islamista que nos dice que no tenemos que mezclarnos.

A esto nos lleva la trampa de la «identidad» entendida como la afiliación a un colectivo en el que se nace. Es un fenómeno mundial que se está dando desde hace varias décadas. El mundo se ha ido fragmentando en cada vez más «identidades» que unos y otros defienden celosamente como cotos vedados de caza. Si soy gitana, nadie puede cantar como yo, porque copia mi «identidad». Si soy negra, nadie puede hacerse trenzas, porque copia mi «identidad». Si soy musulmana, nadie puede criticar el islam, porque critica mi «identidad».

La identidad se ha convertido en una coraza. ¿Cómo va a criticar alguien lo que tú eres? Es mucho más práctico que antes, cuando se escogía una ideología en la que creer, el comunismo, el nacionalismo, hasta el fascismo: te podían echar en cara haber elegido esa ideología y no otra. Ahora no, porque ya has nacido con ella de serie. Ahora hasta ser nacionalista es una identidad.

A veces he pensado que esa búsqueda de una identidad islámica –que necesariamente deriva en una identidad islamista, porque eso es lo que se enseña en las mezquitas, en las páginas web, en Facebook, en todas partes– se podría frenar si tuviéramos más clara nuestra identidad de origen. Yo soy mora. Soy bereber, amazigh, además, pero eso es parte de ser mora. Tengo amigas que son iguales que yo pero no hablan tamazigh; es decir, que no son bereberes. Tampoco son musulmanas ni marroquíes ni por supuesto árabes: son españolas moras. Está bien reconocerlo, reconocerse en la palabra, que nunca fue despectiva hasta que se convirtió en una palabra mala durante la Guerra Civil. Deberíamos reivindicarla, porque a las moras es lo único que nos puede definir, frente a un laberinto de identidades que sólo nos puede meter en categorías que nos aprisionan.

Pero tampoco vayamos a fundar una nación mora de España. A muchas nos encantan los trajes de novia de nuestro pueblo, algunos ritos, algunas ceremonias. Nos pueden dar nostalgia, y está bien. Pero elevar estos rasgos culturales a otra «identidad» sería una estupidez, cuando en realidad nuestra vida es como la de los demás en el país donde vivimos: nos ponemos vaqueros, vamos al bar con nuestros amigos, no nos planteamos casarnos sí o sí. Simplemente tenemos una vida, no una identidad construida y agarrada con pinzas.

Quizá lo que deberíamos preguntarnos no es qué identidad elegir sino qué ha pasado con el mundo para que ya no haya causas a las que adherirse, ideas por las que luchar. Por qué todo el mundo quiere ser algo en lugar de hacer algo.

Bueno, a mí no me parece que no queden causas. Oponerse a esta oleada de islamismo de internet que quiere uniformar a todas las mujeres nacidas como musulmanas me parece un trabajo bastante grande. Ah, y esta causa tiene un nombre, se llama laicismo. Eso no es una identidad, es una ideología. Y es la mía.

La identidad la dejo para cuando hago un buen tayín marroquí, que para eso sí que soy muy mora. Pero, ojo, me sale igual de rico el sushi.

El texto esta entrada son fragmentos del libro «No nos taparán. Islam, velo, patriarcado» de Mimunt Hamido Yahio

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