No cierres los ojos Akal

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Algunos pensarán que ya está casi todo dicho sobre la guerra de Ucrania o que, viendo cada día las noticias o leyendo la prensa, ya logra tener toda la información de lo que está sucediendo en esa guerra. Ese es uno de los problemas a la hora de informarse sobre el desarrollo de un conflicto: los medios convierten los acontecimientos en partes de guerra, es decir, una sucesión de bombas, muertos, destrucciones, declaraciones de líderes, reacciones de otros… El resultado es que perdemos los elementos de contexto necesarios, los antecedentes, las relaciones con otros conflictos u otras situaciones, la importancia de otros actores secundarios, o no tan secundarios pero menos evidentes.

 

Como, además, los hechos noticiosos no dejan de llegar, los medios se encargan de crear una dinámica similar a la bicicleta; no nos detenemos a reflexionar o interpretar porque estamos deglutiendo la última información, que además no nos aporta nada, pero cumple las condiciones requeridas: es de rabiosa actualidad, es breve, es probablemente espectacular (porque se trata de una guerra) y seguramente le darán un sensible enfoque humano.

Pues ahora en la colección A Fondo rompemos con esa dinámica. En este nuevo libro, La trampa ucraniana, vamos a tratar la guerra de Ucrania, pero no le vamos a contar lo ultimísimo, ni lo más espectacular, ni tampoco vamos a ser breves (somos un libro); a pesar de eso estamos convencidos de que aportaremos más luz que mil informaciones escuetas del telediario o reducidos textos del periódico.

El autor, Luis Gonzalo Segura, es ex-teniente de las Fuerzas Armadas españolas, de las que fue expulsado en junio de 2015 por denunciar la corrupción, los abusos, los acosos y los privilegios de los altos mandos. Desde entonces, nuestro autor no ha dejado de señalar y desentrañar claves que nos han ayudado a entender el funcionamiento del Ejército español y sus miserias. En este libro, sale de España y encontramos un gran trabajo de disección de la información que nos han contado –y siguen contando–, un valioso enfoque sobre nuestro supremacismo occidental, un análisis del funciona- miento y modus operandi de la OTAN, la denuncia de la campaña publicitaria para promover más armamento en nombre del peligro que supone Putin, una iluminadora comparación con otras campañas militares, especialmente la de Afganistán y la de Vietnam, y, sobre todo, las razones e intereses que muchos tenían en llevarnos aquí, el cui prodest del Derecho romano. Es decir, en este libro vamos a encontrar todo lo que hubiéramos valorado encontrar en los medios de comunicación y no nos proporcionaron.

Segura tritura muchos de los mantras que se usan en política internacional y de los que se abusa en la crisis de Ucrania. Por ejemplo, la apelación a la bondad de unos y la maldad de otros, un recurso muy socorrido para implicarnos en las guerras: hay un individuo muy malo y nuestros gobernantes y socios, que, por supuesto, son muy buenos, deben ir allí a tirar bombas y salvar inocentes. Y explica que los movimientos en la geopolítica son el resultado de un sistema de fuerzas, y, en los sistemas de fuerzas, la bondad no existe, como el capricho, la magia o la brujería no existen en el movimiento de los cuerpos. «Por tanto, todas las aseveraciones, construcciones, argumentaciones o relatos que se sustenten en la bondad de unos y la maldad de otro u otros son falsos por completo», añade.

Tan falso es limitarse a decir que Putin es un «dictador asesino» y «un matón puro», como dice Biden, como decir que el objetivo de la invasión es «desnazificar» Ucrania, como dice Putin. Ni la bondad es lo que mueve las resoluciones occidentales, ni la mera maldad a Vladímir Putin. Ni al contrario, claro está. Pero es evidente que, si convertimos a Putin en Hitler, ello permitiría exonerar a Occidente de cualquier responsabilidad en la guerra, todo vale contra él.

Serán unos sumatorios de fuerzas los que desencadenan un movimiento geopolítico, por ejemplo, la invasión de Ucrania por Rusia. Y serán otros sumatorios de fuerzas los que mantendrán o detendrán esa guerra. Cuanto antes vayamos interiorizando esto (nos situemos en el punto ideológico o moral que queramos), antes podremos intentar descubrir los elementos en liza, es decir, las fuerzas que intervienen en los sumatorios y que provocan los acontecimientos.

El problema es que, en los conflictos, cada poder lo único que pretende es convencer de su bondad y de la maldad del otro. Porque, como señala también Segura, «los ciudadanos son una fuerza más en el sistema de fuerzas geopolíticas que se intenta usar en beneficio propio convirtiéndonos en munición de guerra». De ahí la valentía y la honestidad de quienes reniegan del modelo buenos/malos para sumergirse en la complejidad, los matices y el señalamiento de todos los actores y sus intereses.

A diferencia de esos todólogos que pueblan las tertulias y los platós, nuestro autor muestra su humildad ofreciendo datos y elementos de reflexión y análisis para hacernos pensar. Por ejemplo, ¿es mejor una victoria de Rusia o una derrota? Ante ese escenario tan acariciado por algunos de un golpe de Estado en Rusia, ¿cómo sería esa Rusia pos-Putin? ¿Estamos seguros de que habría un presidente mejor para controlar las seis mil cabezas nucleares rusas?

No, no estamos defendiendo a Putin, pero no sería mala cosa volver la vista a Libia o Iraq para ver a quién hemos dejado en sustitución de Gadafi o de Sadam.

Luis Gonzalo Segura también nos aporta claves militares para comprender el desarrollo de esta guerra. Por ejemplo, nos explica que, en una guerra, el ratio de militares que realizan acciones bélicas es bajo, uno de cada cinco o de cada diez. Sólo ese uno es el que pertenece directamente al Ejército ucraniano, todos los demás que participan pueden estar perfectamente proporcionados por Estados Unidos y la OTAN, lo que mostraría claramente que estamos en guerra contra Rusia.

El autor hace otro ejercicio curioso para los que acusan a Rusia de ser un Estado que viola los derechos humanos. Ha comparado lo que dice el informe anual de Amnistía Internacional sobre Rusia y lo que dice sobre nuestros socios y amigos Marruecos o Arabía Saudí. O todavía más, lo ha comparado con el apartado de Ucrania. Les sorprenderá. Basta con recordar lo amigos que éramos, antes de la guerra, de los oligarcas rusos o cómo lo somos todavía de los oligarcas ucranianos, que no son diferentes de los rusos.

Por supuesto, ya procura el ex-teniente aclarar: «no pretendo disminuir un ápice las barbaridades perpetradas en Rusia por el régimen de Vladímir Putin, pero resulta esencial demostrar qué tipo de regímenes forman parte o son aliados de Occidente».

Otro mantra que hemos oído es la amenaza de Rusia sobre Europa, incluso que Putin quiere llegar hasta Lisboa. También aquí Segura aporta datos de importancia militar. Su pregunta es la siguiente: «¿cómo se puede sostener que un país que tiene ocho veces menos PIB que Europa, menos de un tercio de población, menos de un tercio de gastos militares y poco más de la mitad de los soldados que una coalición como la europea pretende no ya sólo sostener un conflicto militar, sino invadir y anexionarse territorio?». Y todo eso sin ayuda de Estados Unidos. Pero ese discurso imaginario de amenaza rusa no sólo sirve para meternos en esta guerra, sino para justificar todavía más gasto militar, a pesar de que, insistimos, tenemos el triple gasto que Rusia. De hecho, solamente España, «con el prometido aumento de presupuesto, podría alcanzar un gasto militar cercano al ruso». Lo necesario sería preguntarse por qué Europa no tiene un papel geopolítico propio con un presupuesto militar igual al chino.

Es evidente la jugada empresarial: la guerra de Ucrania ha ser- vido para dar salida al stock militar obsoleto y así poder hacer nuevas compras. En el camino, los muertos en el frente ucraniano.

La comparación con Afganistán también es interesante. Por ejemplo, si hemos dejado el país asiático sembrado de armamento descontrolado y de mercenarios organizados, imaginemos cómo puede quedar Ucrania, algo más cerca, cuando acabe la guerra.

Y también nos recuerda el autor algo importante, la necesidad de ser prácticos en política internacional. Recuerda que la URSS ya intervino militar e ilegalmente en la Guerra Fría en Hungría y Checoslovaquia. ¿Deberían esos países haber confrontado militarmente con la URSS y la OTAN apoyarles? ¿Hubiera sido buena idea para la paz mundial? ¿Qué hubiera pasado si Ucrania hubiera aceptado las primeras condiciones puestas por Rusia en lugar de enfrentarse a ella militarmente? Segura no está proponiendo nada, no es ese su objetivo, pero hacernos preguntas siempre es bueno para ayudar a pensar.

Termino con estas palabras suyas:

Putin sí es un criminal de guerra se mire por donde se mire. Y esto no ofrece discusión alguna. El problema en este caso es que Bush, Blair, Aznar, Obama, Biden y decenas, centenares o miles de dirigentes políticos occidentales también lo son y en la mayoría de los casos en grado todavía mayor que Putin. De hecho, comparado con los presidentes norteamericanos, Putin sólo es un aprendiz de criminal de guerra. Es más, con los datos en la mano, resulta insoportable que el presidente norteamericano califique al presidente ruso como criminal de guerra cuan- do Estados Unidos ha generado más de 900.000 muertos, de los cuales más de 300.000 son civiles, sólo en la «guerra global contra el terror», y todavía mantiene abierto Guantánamo; es, cuando menos, ofensivo e insultante. Pero no se preocupen, seguro que es un gran candidato al premio Nobel de la Paz, como en su momento lo fue Barack Obama.

Este libro, La trampa ucraniana, de Luis Gonzalo Segura nos demuestra que, algunas veces, los militares pueden mostrar más valor cuando escriben que cuando empuñan las armas.

 

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