No cierres los ojos Akal

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En uno de los canales de televisión españoles existe un programa en el que se organiza una cita para cenar entre dos personas con la intención de iniciar una relación afectiva. Se titula First Dates y, en varios momentos, se recogen declaraciones de los participantes donde expresan sus intenciones, cómo quisieran que fuese su pareja, y también se describen ellos mismos.

Resulta curioso escuchar a una gran mayoría definiéndose como «especiales», «diferentes», «fuera de lo común». Sin duda, esa sensación muestra un sentimiento mayoritario en nuestra sociedad moderna. Se ha cultivado tanto el discurso de la autoestima, de la valoración personal, de la individualidad y la autoayuda que ha desaparecido el sentimiento de pertenencia a una colectividad (y, por tanto, la colaboración mutua y la lucha colectiva) para considerarnos todos excepcionalmente únicos. Esa es la tesis de este nuevo libro de la colección A Fondo, Tú no eres especial. Mascotas, selfies y psicólogos. El convencimiento individual de que somos únicos y, por supuesto, no tenemos nada en común con el vecino del quinto que coincide con nosotros en el ascensor, ni con nuestros compañeros de trabajo en la cadena de montaje, ni con todos esos trabajadores con los que coincidimos en el metro.

El autor es Alejandro Pérez Polo, graduado en Ciencias Políticas y con un máster en Filosofía por la Université Paris 8. Una formación académica muy adecuada para la temática de este libro, que trata sobre cómo una determinada concepción filosófica y existencial del individuo tiene un reflejo en el modo en que se enfrenta políticamente a la sociedad y a la vida. De hecho, Pérez Polo ha tratado de forma profunda estos asuntos en numerosos medios de comunicación, revistas e institutos de pensamiento.

Nuestro autor repasa todos los elementos de este nuevo perfil de ciudadano moderno y, así, a lo largo de las páginas iremos encontrando todas esas inquietantes características que ya están siendo mayoritarias y, parece, van a más.

Por ejemplo, la sensación de exclusividad en el escaparate de las redes sociales con la que exaltamos nuestra individualidad y nuestro ego. El sociólogo Zygmunt Bauman señalaba que las redes sociales habrían venido a ser como las revistas del corazón donde el protagonista éramos nosotros. La gente sencilla no puede aspirar a ser portada del Hola, pero, mira por dónde, ha visto que puede ser la protagonista de su Facebook o su Instagram. Es allí donde enseñan el interior de sus casas, sus vacaciones, su ropa, su familia… O sea, su reportaje en el Hola.

Pero también las movilizaciones y luchas, que ahora son de aluvión mediante las redes sociales; es decir, virtuales y sin una consecuencia tangible y organizativa. Consecuentemente, ninguna lucha es duradera ni se consolida, ni tampoco tienen una estructura de organización. Si encarcelan a un rapero, se convocan miles por redes, protestan ante los edificios oficiales, se enfrentan a la policía, destrozan mobiliario urbano y a los pocos días vuelven a sus casas mientras el rapero se pudre en la cárcel porque ya se han olvidado.

No existen los problemas colectivos, las opresiones e injusticias de un grupo social. Existe el drama personal que aireas en las redes. El que sufrió abuso sexual de niño, al que han diagnosticado un cáncer, el que recuerda el bullying en el colegio, al que insultaron en una playa por su obesidad… Hasta los famosos triunfan con libros sobre sus tragedias individuales pasadas o presentes. Todo son relatos personales para reclamar atención –visibilidad la llaman ahora–. No hay, en cambio, articulación colectiva de las reivindicaciones porque cada uno está ocupado en contar su drama privado.

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Esto anterior provoca algunos fenómenos que nuestro autor analiza.

De esta manera, Pérez Polo estudia el tatuaje como elemento diferenciador de nuestro cuerpo respecto a los demás. En lugar de mejorar nuestra identidad con más conocimiento o más cualidades, aspiramos a diferenciar nuestro escaparate (nuestro cuerpo) con dibujos que nos conviertan en exclusivos, creyendo que eso nos hace también diferentes en nuestro interior.

El autor también destaca el mascotismo como muestra de la ausencia de vínculos con el resto de los humanos. «Donde antes había amigos, parejas, hijas, sobrinos, nietos, ahora hay masco tas, likes y seguidores. Todo son intentos de sustituir vínculos sólidos por vínculos líquidos y flexibles que intentan rellenar el vacío provocado por la ausencia del otro».

Profundizando en ese vacío, también señala otros elementos que van transformando nuestra vida en algo meramente virtual e inocuo: bebemos cerveza sin alcohol, café sin cafeína, hamburguesas sin carne, cigarrillos sin tabaco y dulces sin azúcar.

Así, nuestra existencia huye también de cualquier elemento doloroso hasta perdernos la realidad del mundo. El amor o la amistad se vuelven virtuales para que no produzcan dolor, incomodidad o compromiso. Estamos en el mundo de sólo lo positivo de las tazas de Mr. Wonderful.

Todo ello acaba provocando diferentes consecuencias.

La única ideología es el individualismo. Utopías como socialismo, comunismo o anarquismo son mitologías de siglos pasados que fracasaron. La mayoría piensa que son tan especiales que no pueden integrarse y perder su exclusividad en esa masa colectiva que es un partido político. Perderían su identidad, su excepcionalidad, porque su pensamiento es único, no puede ajustarse al de otros cientos y miles de personas.

El individuo se cree tan único que piensa que los demás son una especie de NPC, esos personajes de los videojuegos programados sin iniciativa, y él es el único protagonista de la vida. Algo así como Truman en la película de El show de Truman. Los individuos se creen Truman, es decir, con un mundo que gira alrededor suyo porque él es especial. En la película eso es lo que sucede y Truman no lo sabe; en nuestra realidad, es al contrario, eso no es lo que sucede, pero ellos creen que sí.

Los formatos de colectividad y sociabilidad que suponían enriquecernos, humanizarnos y afrontar de forma solidaria las luchas y las necesidades suenan a rancios. Familia, clase social, nación, asociación de vecinos, ateneo… son conceptos ya decimonónicos y casposos para cualquiera de menos de cuarenta años.

Mientras tanto, han encontrado un lugar donde sí les reconocen su carácter exclusivo. Es el mercado: ahí está la ropa especial para ellos, la colonia apropiada, el destino de su viaje idóneo, la comida precisa para su identidad única.

De este modo hemos llegado al fin de la historia que proclamaba Fukuyama. Si sólo nos importa nuestra historia personal de vida, no tendríamos nada que hacer con la historia. En realidad, es que ya no hay historia, se acaba y empieza con nosotros. Nadie lucha por mejorar ninguna sociedad, no vale la pena pensar en ningún proyecto alternativo más allá de nosotros mismos. Es el objetivo perfecto del conservadurismo y del capitalismo.

En conclusión, Alejandro Pérez Polo nos presenta una situación, un mundo, donde seguro vemos elementos que reconocemos como cotidianos. Incluso, quién sabe, hasta características propias, y así nos abre los ojos y nos advierte del precipicio al que nos vamos asomando.

¿Y cómo afrontar todo esto y salir de este pozo de individualismo y ego? También de ello se ocupa nuestro autor. Pero esa parte no la vamos a explicar en la presentación, deberá leer este libro.

Creo sinceramente que, después de terminar Tú no eres especial, ya nos acercaremos a las redes de otra manera, veremos el like de otra forma, descubriremos que no somos tan diferentes de nuestro vecino, del que se sentó a nuestro lado en el metro, de nuestro compañero de trabajo. Y, lo que es más importante, quizá entendamos que, gracias a que no somos tan diferentes, necesitamos a nuestros iguales para luchar por un mundo mejor.

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