No cierres los ojos Akal

Fragmento de la introducción del libro «Periodismo y lucha de clases»

Pascual Serrano:

El catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona Vicenç Navarro ha llamado la atención sobre cómo se refleja en el lenguaje de los medios «una interpretación de la estructura social que asume que las clases sociales están desapareciendo». De esta forma, «términos y conceptos como burguesía, pequeña burguesía, clases medias y clase trabajadora han desaparecido prácticamente del lenguaje político y periodístico español». Hablar de clases sociales y de lucha de clases es convertirse en objeto de burla, candidato a la acusación de ser «anticuado». En su lugar, señala Navarro, el nuevo lenguaje es el identitario, agrupa a la ciudadanía según su raza, grupo étnico y/o cultural, género, grupos etarios y otras categorías biológicas, culturales o étnicas. La lucha de clases se ha sustituido en ese lenguaje por la lucha entre géneros, razas, grupos de edad, grupos nacionales, etc. Con motivo de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008, Navarro destacaba que los medios analizaban las encuestas estratificando a la población según su raza, nivel educativo, religión, etc., pero omitían un parámetro, la clase social. Como si el hecho de ser católico o protestante, caucasiano o latino fuese más relevante a la hora de definir el voto que ser rico o pobre. O dicho de otra manera, como si los intereses electorales de una clase social no fuesen muy diferentes de los de las otras. El programa de humor El Intermedio, dirigido por el Gran Wyoming en la cadena española La Sexta, tuvo una ocurrencia magnífica, hasta entonces impensable. Se dedicó a recoger declaraciones entre los ciudadanos de la calle sobre los temas de actualidad, separando las procedentes de un barrio rico de las de un barrio pobre. Las respuestas eran diametralmente opuestas, lo que confirma que, a la hora de clasificar a los ciudadanos por grupos de opinión, mucho más importante que la raza, la edad o el sexo es la clase social, esa división proscrita en los medios de comunicación.

Es indiscutible que existe toda una ofensiva ideológica para desterrar el concepto de clase social, no sólo del debate político, sino también del imaginario ciudadano. Y los medios son el principal ariete de esa ofensiva. Aquí es donde quiero unir el discurso apologético de neutralidad e imparcialidad aireado por los medios con el de la ausencia de clases sociales. Ambos tienen un elemento en común: alejar de la discusión cualquier confrontación política e ideológica. Lo que dice la prensa es tan neutral respecto a las ideas como lo que hacen los políticos lo es respecto a las clases sociales. Ésta es la tesis que debemos desmontar. En el periodismo no existen la imparcialidad y la objetividad, como no existen los apolíticos, ésos que afirman defender propuestas o proyectos para el bien de todos. Las propuestas políticas y sociales no son neutrales ni son buenas para todas las personas y todos los intereses, y tampoco los contenidos periodísticos. Si un gobernante reparte la tierra de cultivo, favorece a los jornaleros sin propiedades pero atenta contra los latifundistas. Si destina los recursos sanitarios a todos los ciudadanos, habrá que repartir las camas hospitalarias y disminuirá el número de medios y recursos destinados hasta entonces a una elite. Y si incrementa el nivel educativo de todos los habitantes, acabará con la superioridad académica de una minoría que le permite embaucar o engañar a los iletrados. Esto que acabo de exponer no tiene nada de original, forma parte de lo que los marxistas denominaron lucha de clases, que quiere decir que las sociedades se dividen en sectores económicos inevitablemente enfrentados y con intereses contrapuestos. Los medios, como señalaba Navarro, intentan que olvidemos que existen las clases sociales. Y todavía con más ahinco intentan alejar cualquier idea de que estos medios de comunicación se implican con alguna clase social concreta.

Independientes y oficiales

Siguiendo con esta operación de acoso y derribo de la idea de un periodismo entroncado con una clase social u otra encontramos el calificativo de «independientes», siempre dirigido a los medios privados. Se trata de otra magnífica maniobra de tergiversación de la situación por parte de la cosmovisión neoliberal. Este punto de vista, dominante sin duda entre los analistas, nos muestra a los medios privados empresariales como la representación de la libertad de expresión y la independencia frente a la «oficialidad» de los medios estatales. De esta forma operan para que asociemos neutralidad, imparcialidad y objetividad con los medios privados. Veamos dónde se encuentra el fraude de esta conclusión.

Por un lado es verdad que los medios públicos casi siempre se han alineado con intereses gubernamentales o de partidos gobernantes alejándose de cualquier principio de pluralidad y veracidad. El ejemplo más evidente sucede en los regímenes dictatoriales, donde es el Estado quien controla y decide la información a difundir. Pero, por otra parte, habría que hacer alguna matización. Si observamos la historia, descubrimos medios privados que se sumaron dócil y disciplinadamente a los militares colaborando muy eficazmente en el control de la información, el engaño y la mentira. Es el caso de Chile, donde en marzo de 2006 el Tribunal de Ética y Disciplina del Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas condenó a los principales diarios chilenos por su complicidad con los crímenes de la dictadura. Según la sentencia, los medios de comunicación, aunque por las condiciones de la dictadura no habrían podido cumplir su derecho a la información, aceptaron servir de herramienta del poder difundiendo las informaciones que diseñaba el régimen de Pinochet aunque supusiese atentar contra la honorabilidad e imagen de las personas. Se da la circunstancia de que los medios que fueron cómplices de las dictaduras siguen funcionando en la actualidad.

El análisis neoliberal olvida que, mientras ciertos medios privados se pusieron al servicio de los dictadores, en la clandestinidad, numerosos medios, la mayoría gestionados por colectivos sociales y grupos de resistencia, jugaron un papel fundamental de lucha por la libertad y el combate político. A pesar de ello, el imaginario dominante intenta asociar a los medios públicos con el despotismo de aquellos Estados dictatoriales y a los privados con la causa de la libertad. Algo que no es del todo riguroso como hemos visto: había medios privados en manos de consorcios empresariales, diligentes colaboradores con el terror, y medios no estatales, pero colectivos, que luchaban con valentía, riesgo y gran sacrificio por la verdad y la libertad de expresión. De modo que aquí tenemos una perfecta y definida alineación del periodismo y los medios de comunicación con diferentes sectores ideológicos y políticos y, en la medida en que cada uno de los estos grupos –sector golpista militar frente a movimientos sociales que se enfrentan a la represión– responde a los intereses de una determinada clase social, podemos decir que aparece un periodismo adscrito a una clase social, pero en sentido inverso al que nos quieren demostrar hoy cuando dicen que los medios privados son independientes y los medios públicos controlados por el poder.

Compromiso con la clase social dominante

Pero centrémonos en la situación actual, sin dictaduras militares, con sistemas económicos neoliberales y poder mediático en manos mayoritariamente privadas. Partimos del hecho indiscutible –a pesar del intento de los grandes medios– de que existen clases sociales, es decir ricos y pobres. Y también de que poseen intereses enfrentados. Para que un obrero desfavorecido mejore su alimentación, un rico empresario que le contrate debe pagarle más. Para que unos trabajadores industriales consigan mejor sueldo, los capitalistas accionistas deben renunciar a parte de sus dividendos. Si los altos directivos de una gran empresa logran aumentar la productividad de sus trabajadores, disminuir el coste de sus prestaciones sociales y abaratar su sueldo, lograrán un mayor beneficio para los accionistas. Y éstos a su vez recompensarán a los directivos con mayor salario, bonus o derechos preferentes sobre acciones (stock options). Tenemos, por tanto, a directivos enfrentados en sus intereses a la masa laboral de los empleados. Por eso el administrador delegado de la Fiat gana más que el conjunto de los 4.000 trabajadores de la central industrial de Turín5 y una treintena de directivos del canal de televisión Antena 3 se embolsa lo mismo que los 1.500 trabajadores del grupo. Tampoco la intervención del Estado evita los intereses confrontados de las clases; si por ejemplo se decide establecer una buena sanidad pública gratuita, quienes tengan más ingresos deberán aportar más impuestos, y gracias a ellos quienes no tienen recursos económicos para pagar un seguro privado se verán beneficiados.

Hay un planteamiento del profesor canadiense de Derecho Joel Bakan en su libro The Corporation que nos recuerda que, en el capitalismo, las empresas están obligadas por ley a maximizar los beneficios de sus accionistas. Los directivos están literalmente obligados a anteponer el beneficio a cualquier otra consideración. Así lo expresa Bakan:

La ley prohíbe cualquier otro tipo de motivación en su actividad profesional, ya sea apoyar a los trabajadores, mejorar sus entornos o animar a los consumidores al ahorro. Pueden llevar a cabo este tipo de actividad, siempre que sea a título personal y con su propio dinero; ahora bien, como directivos empresariales y administradores del dinero ajeno carecen de autoridad legal para promover este tipo de objetivos como fines en sí mismos –a menos que redunden en beneficio de la empresa, lo cual normalmente significa incrementar al máximo los beneficios de sus accionistas–. La responsabilidad social de la empresa es por tanto ilegal, al menos cuando es genuina.

Traslademos esta reflexión al periodismo, a las empresas privadas de comunicación. Del mismo modo que Bakan entiende que la «responsabilidad social» es ilegal, también lo sería el interés de los medios por cualquier clase social que no sea la de los accionistas. De modo que las direcciones de las empresas se sitúan claramente al lado de unos determinados intereses de clase: los de sus propietarios, accionistas o altos directivos.

Pensemos en el caso de que un debate informativo se ocupe de un conflicto entre los trabajadores y los propietarios de una determinada empresa, por ejemplo de telecomunicaciones o energética, que fácilmente puede ser accionista o anunciante del medio de comunicación. En esta situación, todo lo que no sea poner los contenidos informativos y de opinión al servicio de la causa de los propietarios de la empresa en conflicto implicará atentar contra los intereses de la empresa informativa. Es decir, el sentido de supervivencia de los directivos del medio de comunicación, la lógica del mercado, los principios legales del capitalismo que nos recuerda Bakan, impedirán que los periodistas de este medio de comunicación puedan comprometerse con intereses ajenos a la clase social de los propietarios, accionistas y anunciantes.

Esta conclusión no se limita a la cobertura de un determinado conflicto empresarial; el marco global de las relaciones económicas y del modelo político también estará secuestrado por esta inevitable dinámica de dependencia del medio de las condiciones del mercado. Propuestas políticas alternativas al neoliberalismo como la propiedad pública de los recursos naturales, el control de los sectores estratégicos por parte del Estado, la sugerencia de una gran banca pública que impida la falta de criterio social en las políticas crediticias o la necesidad de enfocar la política económica hacia los intereses sociales de los más desfavorecidos serán enemigas de los intereses de la clase social propietaria de los medios de comunicación. De forma que siempre que estemos ante un periodismo sometido a las reglas del mercado será un periodismo al servicio de la clase social mejor situada en ese mercado, la más interesada en mantener el statu quo económico y político. Por contra, la clase social cuyas condiciones se vean más desfavorecidas en ese marco económico no encontrará en los medios de comunicación privados ningún reflejo de su ideario, propuestas o contenidos informativos que muestren sus intereses o sus tesis.

Periodismo y lucha de clases

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Esta obra tiene por objeto destruir un mito: la inocencia de la información. Afirma que las noticias son mandatos; el periodismo, una forma de dirección social. Hasta nuestras conversaciones personales se proyectan como una sutil influencia sobre el medio circundante. Se informa, en definitiva (se escribe, habla o exhibe una película), para dirigir. Pero no siempre se logra. La información determina las decisiones de quienes la reciben sólo cuando éstos la aceptan, y lo grave es que en la sociedad contemporánea se perfeccionan hasta límites inauditos los medios para imponer esta aceptación, mientras paralelamente disminuyen y se anulan las defensas de quienes deben concederla.

Camilo Taufic

Camilo Taufic (1938-2012) fue un destacado periodista, profesor, investigador y consultor en comunicaciones. Desde sus inicios en el semanario «Ercilla», no dejó de trabajar para los más diversos medios de información, a la par que ejercía la docencia como profesor de periodismo, primero en la Universidad de Chile y, tras el golpe de Estado, en universidades de Venezuela, Argentina, Ecuador y México. Entre sus libros destacan «Chile en la hoguera», «Crónica del Primero de Mayo», «Manual de ética periodística comparada» y «Memorias de 50 años de un periodista. Encuentros inéditos con personas ‘top’ y otros testimonios», si bien es «Periodismo y lucha de clases» su obra más emblemática.

Periodismo y lucha de clases – Camilo Taufic – Ediciones Akal

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