Dicen que aquello que sale del corazón, lleva el matiz (y el calor) de su lugar de origen. Un origen que en el caso de Trotski gozaba, hasta la publicación (1974) de ‘En los orígenes de la revolución permanente, de un profundo desconocimiento. Descuido, tan solo justificado por el hecho de que si por algo pasó a la historia este político ruso no fue precisamente por su actividad revolucionaria anterior a 1917.

Ésa y no otra, fue la misión a la que se encomendó un Alain Brossat inquieto por distinguir al joven Leon Trotski del de después de la revolución. Y es que su inquietante itinerario político, teórico, y militante, abrazó, desde el más virulento antibolchevismo, de 1904, hasta el bolchevismo más crítico de 1917. Ese «corte», en el que Brossat insiste durante toda la obra, es un antes y un después en la trayectoria de un L. Trotski que, antes de acercase a Lenin, se planteó todas las condiciones para derrotar sus jóvenes contradicciones. Sólo la adopción de la teoría leninista del partido proporcionaría a la tesis de Trotski una coherencia nueva, elevándola a un plano superior que le iba a permitir desarrollar su teoría de la revolución permanente, cocinada desde 1905.

Los defectos, las ambigüedades, y las no pocas contradicciones del joven Trotski, son objeto de esta obra recientemente reimpresa que incluye tres de sus textos publicados entre 1906 y 1908. Estos tres trabajos («La duma y la revolución», «La tercera duma», y «El consejo de diputados obreros y la revolución»), permitirán al lector conocer las bases, los cimientos, de su pensamiento posterior. Por todo ello, «En los orígenes de la revolución permanente», es una oportunidad inmejorable para mantener viva la obra de un Leon Trotksi cuya figura no ha dejado, ni dejará (a nivel internacional), de generar interés.