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Iván Serguéevich Turguéniev nació en 1818, en el seno de una acaudalada familia de terratenientes en Oriol, Rusia. Su vida y, por lo tanto, toda su creación literaria tienen lugar en la Rusia decimonónica, cuya historia es la historia de sus zares: Alejandro I (1801-1825), Nicolás I (1825- 1855) y Alejandro II (1855-1881).

Después del reinado ultraconservador de Alejandro I, su sucesor Nicolás I dio comienzo a una etapa caracterizada por una gran expansión imperialista y teñida, al tiempo, de una brutal represión. Nicolás I no sólo demostró gran crueldad para con su pueblo, sino que traspasó fronteras llegando a influir en importantes monarquías europeas. Su reinado estuvo marcado por un férreo control sobre los insurgentes: restituyó la policía secreta, reprimió con dureza la libertad de expresión y construyó campos militares de deportación en Siberia. Trataba fervientemente de impedir que las ideas de la Revolución francesa se difundieran a lo largo y ancho de su imperio. Al finalizar su reinado, dejó un país lleno de miseria y hambre, endeudado y empantanado en la Guerra de Crimea, que él mismo había provocado.

En ese escenario socio-político nace y vive Turguéniev. Ya desde la infancia, vivió muy de cerca el sufrimiento de los siervos y los malos tratos a los que estaban sometidos, oponiéndose, especialmente, al sistema de servidumbre, algo que se convirtió en tema recurrente de sus obras. Su padre, Serguéi Nikoláevich Turguéniev, coronel de la caballería imperial, murió cuando él contaba tan sólo dieciséis años, dejando a Iván y a su hermano al cuidado de su despótica madre, Bárbara Petróvna Lutovínova.

Turguéniev tuvo un largo proceso formativo que por sus peculiares características marcó fuertemente su personalidad y su obra. Sus primeras enseñanzas las recibió en su propia casa (algo bastante común en la época), con profesores e institutrices extranjeras, y se inició en la literatura rusa de una curiosa forma: a escondidas, con un siervo, que posteriormente sería retratado en una de sus obras. Más adelante, su formación se hizo más ortodoxa, académicamente hablando, y asistió a las universidades de Moscú y San Pertersburgo, donde finalizó sus estudios de los clásicos, literatura rusa y filología.

En 1838 Turguéniev se sumerge en una experiencia que marcará profundamente su obra y su pensamiento al trasladarse a Berlín para completar sus conocimientos en la universidad de dicha ciudad, donde, junto con Stankevich, Granovski y otros jóvenes rusos, conformó una tertulia filosófica de ideales humanísticos. A raíz de aquel primer contacto con Europa occidental, Turguéniev quedó fuertemente impresionado por la sociedad centroeuropea y regresó pensando que aquella Rusia anclada en el pasado podía progresar siguiendo los pasos de Occidente, en oposición a la tendencia eslavista de la época. De manera paralela, su genialidad como escritor se apreciaba ya en sus primeras obras, llegando incluso a recibir comentarios favorables de Bielinski, quien por entonces era el principal crítico literario ruso.

Unos años después, de vuelta a Rusia, Turguéniev quiere ser profesor de universidad, pero, arruinado a causa de una disputa con su madre, no se lo puede permitir y comienza la carrera de funcionario en el Ministerio de Asuntos Interiores, donde permanecerá hasta 1843, año en el que presenta su dimisión del cargo. Con la aparición de varias obras más, a mediados del siglo XIX, es consagrado como uno de los escritores rusos más significativos de su época. Como ya hemos señalado antes, Turguéniev se posicionó claramente en uno de los dos bandos surgidos entre la inteligentsia rusa del siglo XIX: occidentalistas y eslavófilos. Los primeros alentaban a su pueblo a incorporarse a Europa occidental, pues afirmaban con certeza que ello les permitiría mejorar enormemente su nivel de vida. Por el contrario, los segundos, de una ortodoxia extrema, con representantes como Dostoievski y su Raskólnikov (personaje principal de Crimen y castigo), pensaban que lo mejor era permanecer a buen recaudo de cualquier influencia externa, exaltando las tradiciones más arraigadas de Rusia.

Turguéniev vivió de primera mano la censura de sus tiempos, en 1852, escribió unas líneas en la Gaceta de San Petersburgo idolatrando al escritor Nikolái Gógol que le costaron un mes de prisión y el exilio a la hacienda de su madre durante al menos dos años. Así, las últimas décadas del reinado del zar Nicolás I modificaron definitivamente la escena. El clima político era funesto para muchos escritores; por ello, la constante persecución y arresto de artistas, intelectuales y científicos hicieron que muchos de ellos, incluido Turguéniev, abandonasen su país emigrando a Europa occidental.

En 1855, cuando Iván ya contaba con cierta madurez creativa –tenía treinta y siete años–, sube al trono el zar Alejandro II, con quien se inicia un nuevo periodo. Éste comenzó una política liberalizadora que se vio reflejada en la concesión de mayores libertades en las universidades, en la reforma de la administración de justicia y en el desarrollo de los zemstvos o asambleas aldeanas. La censura aminoró su intrépida marcha y, dentro de todas las reformas, la más importante quizás fuera la emancipación de los siervos llevada a cabo en 1861. Todos estos cambios generaron una Rusia diferente, más vivible. No obstante, el país aún arrastraba grandes lastres: la actividad industrial perdió importancia, la climatología extrema y la falta de medios no dejaban que la agricultura levantara cabeza, y la economía seguía contando con un desarrollo precario (el pago en especie y el trueque eran más frecuentes que el dinero). Turguéniev emprende su regreso a Rusia a finales de 1850, pues su madre estaba gravemente enferma, pero ésta fallece antes de su llegada. Una vez hubo tomado posesión de la herencia, liberó a los siervos y mejoró la situación de los campesinos.

Dejando a un lado el ámbito académico e histórico, centrándonos en el terreno más íntimo, encontramos a un Turguéniev que mantuvo relaciones personales cuanto menos curiosas y quizás algo extrañas para su época: nunca contrajo matrimonio ni formó una familia, si bien tuvo un hijo con una de las siervas de su madre. A lo largo de su vida, las relaciones con los intelectuales de la época, rusos y extranjeros, fueron complejas y fluctuantes. La amistad entre Turguéniev y León Tolstói fue un ejemplo de ellas: alcanzaron tal grado de enemistad que Tolstói llegó a retarle a duelo y,aunque luego este último se disculpara, dejaron de hablarse durante diecisiete años. Algo similar le sucedió con Dostoievski, quien, por su parte, parodió a Turguéniev en la novela Los endemoniados (1872) a través del personaje del novelista Karamazinov, haciendo pública su reconciliación más tarde, en 1880, con su famoso discurso en la inauguración del monumento a Pushkin.

Durante sus últimos años de vida fijó su residencia en París, donde entró en contacto con otros escritores como George Sand, Gustave Flaubert, Émile Zola y Henry James. En ese periodo visitó Inglaterra e incluso llegó a recibir un título honorífico de la Universidad de Oxford. Entre su producción se cuentan numerosas obras de teatro, relatos, novelas y apuntes no narrativos. Publicó gran cantidad de poemas y apuntes en prosa anteriores a la aparición de su primer libro, Diario de un cazador (1852), una serie de relatos sobre la Rusia rural.

Turguéniev fallece en 1883 a la edad de sesenta y cinco años en Bougival, Francia. En su lecho de muerte, dicen que, refiriéndose a Tolstói, exclamó: «Amigo, vuelve a la literatura», y que posteriormente éste escribió La muerte de Iván Ilich tomando como inspiración aquellas palabras de Turguéniev. Desde París añoraba su tierra, la madre Rusia, pero no pudo reunir las fuerzas suficientes para trasladar su residencia nuevamente.

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