Paula Cortés
No es fácil encontrar libros que digan las cosas por su nombre. La Derrota de Occidente de Emmanuel Todd, es uno de esos trabajos. Pero también te genera una frustración, ¿Por qué no saca todas las conclusiones? Todd, con datos en mano, nos muestra el cadáver insepulto del imperialismo occidental, pero le tiembla el pulso cuando debería señalar el camino hacia adelante.

Todd tiene un enorme mérito, destripar el mito del “Occidente invencible” haciendo lo que muchos académicos de izquierda deberían hacer más seguido: usar las estadísticas como armas. Con números fríos sobre demografía, economía y poder militar, demuele la fantasía de que EE.UU. y Europa son el “fin de la historia”. Su análisis confirma lo que Lenin ya había señalado hace un siglo: el capitalismo en su fase imperialista es un sistema en descomposición, que solo se sostiene a base de guerras, saqueo neocolonial y especulación financiera.
Cuando describe cómo EE.UU. pasó de ser la fábrica del mundo a un casino global donde el dólar es la última trinchera de dominación, uno no puede evitar pensar que esto es el capitalismo tardío en estado puro, un parásito que ya no puede ni siquiera producir, solo extraer.
Todd acierta en la radiografía de la OTAN como brazo armado del capital. Sus críticas a la Alianza Atlántica son demoledoras, sobre todo cuando muestra cómo las derrotas en Afganistán y Ucrania exponen que el imperialismo ya no puede imponerse como antes. Asimismo, retrata una Europa, vasalla de Washington. Todd no tiene piedad con la sumisión de la UE, que actúa como un apéndice decadente de un imperio en crisis y en el desmembramiento del Estado de bienestar sacrificado en el altar de las armas. Su denuncia sobre cómo se recorta salud y educación para financiar tanques y cazas es un golpe directo a la hipocresía del sistema.
El problema de Todd según yo lo veo, es que se asusta de sus propias conclusiones. Aquí es donde el libro flaquea. Después de semejante diagnóstico, uno esperaría que Todd concluyera que el capitalismo está podrido, y que la opción que sigue es el socialismo. Pero no. Él prefiere quedarse en describirlo como un problema de gestión, a pesar de que uno de los ejes centrales del libro es la crítica a la clase dirigente occidental, que Todd acusa de vivir en una burbuja ideológica, no lo plantea como un fallo de todo un sistema basado en la explotación.
Teniendo todos los elementos para llegar a una conclusión revolucionaria, se detiene justo en el umbral. Critica el imperialismo, pero no abraza el antiimperialismo; denuncia la crisis capitalista, pero no defiende abiertamente la alternativa socialista. Es como si le diera miedo admitir que, después de todo, Marx y Lenin tenían razón.
Todd nos deja con un sabor agridulce. Por un lado, su libro es un misil contra la propaganda occidental. Por el otro, se niega a dar el último paso: llamar a las cosas por su nombre.
Si el capitalismo está en crisis terminal (y los datos lo demuestran), ¿no sería lógico hablar de planificación económica, propiedad colectiva y poder popular? Si la OTAN es una máquina de guerra al servicio de los monopolios, ¿no habría que disolverla y construir alianzas entre los pueblos? Todd esquiva estas preguntas, y eso le quita fuerza a su crítica.
La Derrota de Occidente es un libro necesario, pero insuficiente, es un aporte valioso para entender por qué el sistema se cae a pedazos, sin embargo, al final, el libro deja esa sensación ambivalente tan común en las obras de los intelectuales burgueses honestos: hacen el 90% del camino, pero se niegan a dar el paso final. Uno cierra el libro pensando: Todd tiene razón en casi todo, excepto en lo que calla. Y lo que calla es, precisamente, la única salida real: el fin del sistema capitalista, porque como enseñaron los mineros bolivianos o los campesinos sin tierra: cuando el sistema se derrumba, la única salida verdadera es construir uno nuevo desde abajo.