Javier García
El yuan ha superado estos días al euro como segunda divisa en el comercio global. Ya lo había hecho en octubre de 2023 y en varias ocasiones a lo largo de 2024. En los últimos dos años, el yuan ha más que doblado su porcentaje de utilización como moneda de pago global pasando del 2,2 % en 2022 al 4,8% en 2024. Y también en la financiación del comercio internacional, en agosto de 2024 alcanzó un 6% frente al 5,83% del euro, según datos del sistema SWIFT.
Las sanciones a Rusia tras la guerra de Ucrania han provocado que cada vez más países, especialmente en el Sur Global, teman poder ser también objeto de sanciones y opten por minimizar riesgos, prescindir del dólar en sus transacciones internacionales y hacerles en su moneda local o en yuanes.
Las operaciones en yuanes además están libres de los riesgos de las fluctuaciones del dólar o de los pagos por tipo de cambio y pueden permitir a los gobiernos desarrollar su comercio internacional sin tener que utilizar sus reservas en dólares.
Para muchos países en crisis, por ejemplo, que tienen reservas de dólares muy bajas, este tipo de comercio es extremadamente útil, casi una tabla de salvación.
Las empresas, los bancos y los países usan cada vez más el yuan en el comercio internacional, las transacciones transfronterizas y los fondos de riesgo, alentados por el buen estado de la economía china, que pese a los malos augurios interesados, continúa creciendo de forma estable y robusta.
Las compañías chinas en el exterior, especialmente en sectores de la nueva economía como los coches eléctricos o las energías renovables y en otros como el de la construcción de infraestructuras, contribuyen también al aumento de su utilización en regiones como el Sudeste asiático, Oriente Medio o América Latina.
Arabia Saudi está estudiando usar el petroyuan, lo que pondría en riesgo el dominio del petrodólar en el mercado energético global, a lo que podrían sumarse otros países del golfo como los Emiratos. Egipto ha acordado usarlo en sus transacciones con China, e Irak, Irán o Indonesia ya comercian con Pekín en yuanes.
En América Latina, región con gran dependencia histórica de la divisa norteamericana, el proceso de desdolarización es evidente en países clave como Brasil, México, Bolivia, Venezuela o Argentina hasta la llegada de Milei. Antes de su acceso al poder, Argentina firmó un acuerdo de intercambio de divisas con China por valor de 130.000 millones de yuanes, que fue renovado por tres años y representa el 60% de las reservas brutas de su banco central. El yuan también se ha convertido en la segunda moneda de las reservas internacionales de Brasil, tras desbancar al euro. Tanto Brasil como Argentina usan el yuan en su comercio con China desde hace casi dos años.
El índice de la dolarización de los depósitos en Bolivia ha pasado del 93% en 2002 al 13,8% en 2019, en el marco del proceso de desdolarización de su economía. El país andino ya emplea el yuan desde hace más de un año para sus exportaciones e importaciones.
Chile fue pionero en esta tendencia al crear en 2015 el primer banco de compensación de yuanes en América Latina para facilitar las transacciones comerciales sin recurrir al dólar.
Pero la desdolarización, una corriente de fondo que se ha acelerado en los últimos años, va más allá del comercio global. El dólar está peridendo también valor como moneda de reserva internacional.
Según el FMI, la cuota del dólar en la composición de las reservas oficiales de divisas se ha reducido 12 puntos porcenttuales desde principios de siglo, pasando del 71% en 1999 al 59% en el primer trimestre de 2023. Estos datos reflejan una tendencia de pérdida de la confianza en el dólar por parte de los bancos centrales.
Los analistas occidentales insisten en que la internacionalización del yuan tocará techo por estar limitada a los países “amigos” de China. Pero lo que no explican es que esos países son cada vez más y representan la mayor parte de la producción y el comercio mundial. El país asíático es el principal socio comercial de más de 120 países mientras que 150 de los 193 miembros de la ONU son miembros de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el proyecto chino de inversión y desarrollo global. La IFR, a la que se han sumado ya dos tercios de los países latinoamericanos, defiende un proceso de globalización a través de la modernización económica y la conectividad en el que unos países puedan comerciar con otros en términos de equidad, tal como detallo en mi libro “China, amenaza o esperanza” (Akal, 2022).
Los BRICS, tras su reciente ampliación, reciben cada día más solicitudes de ingreso, la última la semana pasada de Turquía –un miembro de la OTAN- y reúnen el 34,92% del producto interior bruto mundial en paridad del poder de compra, casi cinco puntos más que el del G7 (y más del doble que el de la Unión Europea (14,5%).
El equilibrio de poder entre Occidente y los países del Sur Global ya no es el que existía durante la Guerra Fría entre Occidente y el antiguo bloque soviético.
En el mercado de bonos, los inversores se ven atraidos por los intereses más bajos del yuan en comparación con el dólar, lo que ha llevado a un fuerte aumento de la demanda de los bonos chinos, tanto los panda (domésticos) como los dim sum (internacionales), que en 2023 batió todos los récords y este año van camino de hacer lo mismo.
El desarrollo del yuan digital (e-CNY) ha añadido además otra dimensión a la internacionalización del yuan y ha propiciado, por ejemplo, que PetroChina compre por primera vez barriles de petróleo en yuanes digitales.
Pero no solo en el Sur Global es patente la tendencia a la desdolarización. También algunos países occidentales buscan reducir riesgos ante la debilidad y militarización del dólar. El propio Emmanuel Macron sugirió que Europa debe reducir su dependencia de la “extraterritorialidad del dólar estadounidense”.
“Si las tensiones entre las dos superpotencias aumentan… no tendremos ni el tiempo ni los recursos paras financiar nuestra autonomía estratégica y nos convertiremos en vasallos”, reconoció el presidente francés. De hecho Francia cerró ya con China un primer acuerdo de venta de gas natural licuado en yuanes.
Con todo, Pekín no está interesado en que el yuan desplace al dólar como moneda de referencia mundial. Busca la internacionalización de su divisa para facilitar una mayor integración en la economía global. Pero no quiere liberalizar completamente su moneda ni registar enormes déficit como los de Estados Unidos. Tampoco le conviene que el dolar pierda excesivo valor debido a la gran cantidad de bonos del Tesoro estadounidense en su poder, que siguen siendo uno de los puntos de apoyo imporantes de los que dispone para responder a la presión de EEUU. Necesita además activos alernativos en otras divisas para diversificar su cartera.
Los países del Sur Global tampoco apoyarían que la moneda china ni de ningún otro país asumiera el papel del dólar como nueva divisa clave. La mayoría de ellos no quieren una nueva moneda dominante, sino un equlibrio multipolar con plataformas internacionales más igualitarias y justas, que representen mejor sus intereses, para poder protegerse de los riesgos del actual orden económico internacional.
A los BRICS les interesa mucho más crear su propia moneda, que sirva de referencia para los intercambios en sus monedas nacionales, una tendencia que se prevé crezca con más fuerza incluso que el uso del yuan. El debate sobre la divisa de los BRICS se aplazó en su última cumbre de 2023 en Johannesburgo por las presiones estadounidenses sobre Sudáfrica, pero que tendrá lugar sin duda en la próxima de octubre en la ciudad rusa de Kazan.
En el futuro, el estatus del dólar se verá debilitado pero no perderá su importancia como moneda de peso, dando paso a un sistema financiero en el que convivan varias divisas importantes, incluyendo el dólar, el yuan, el euro o la moneda de los BRICS.
Sería un modelo financiero internacional multipolar mucho más justo, en el que una moneda nacional única, gestionada según los intereses del Estado que la creó, no sea la única que marque la pauta en el planeta.
Javier García es autor de ‘China, amenaza o esperanza. La realidad de una revolución pragmática‘