A lo mejor podría reconstruirse la historia de la filosofía en función de sus admoniciones. Al parecer, en el frontispicio de la academia platónica figuraba la leyenda: «No entre aquí quien no sepa geometría». Siglos de manierismo y desencanto hicieron necesarias nuevas inscripciones. Así, en 1931 Adorno comenzaba unos de sus mejores textos, Actualidad de la filosofía, con una exhortación no menos contundente: «Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el comienzo mismo a la ilusión con que antes arrancaban los proyectos filosóficos: la de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del pensamiento».
Una frase como esa parece construida expresamente para denunciar la caducidad de lo que Hegel se propuso, pero quizá el autor de la Fenomenología del espíritu (1807) no tenía demasiadas alternativas. Tampoco tuvo un destino fácil: cuando lo has fiado todo a la filosofía no debe de resultar sencillo vivir bajo la sombra de un coloso de la talla de Kant y, al mismo tiempo, ver cómo se extiende por el continente la niebla del Romanticismo que todo lo corroe. Tal vez Hegel supo que lo que pretendía no podía acabar bien (o, sencillamente, que no podía acabar) y, a pesar de ello, decidió emprender su particular cruzada filosófica. De ser así, eso dotaría a su proyecto de un punto trágico que quizá explique la fuerza tutelar que sigue ejerciendo sobre la filosofía contemporánea.
La Fenomenología del espíritu es un texto difícil pero diría que es un texto honesto: Hegel consideró que lo que tenía que decir sólo podía decirlo de ese modo, que había de darse una correspondencia entre forma y contenido y que la filosofía tenía que ver con esa tensión armónica. Y, si bien puede afirmarse que el proyecto de Hegel en general y la Fenomenología en particular suponen un fracaso (¿qué aportación filosófica no lo es?), ello no quiere decir que su recorrido no sea sugestivo. Pero es que, además, entre sus exigentes párrafos se esconden aciertos deslumbrantes: como esas consideraciones acerca de la naturaleza de la verdad filosófica que la alejan de una respuesta correcta, de la solución a una pregunta de concurso televisivo.
Las variaciones de Hegel es una lectura de la Fenomenología del espíritu realizada por el teórico literario y crítico de la cultura Fredric Jameson, famoso sobre todo por sus reflexiones sobre la postmodernidad. Con este libro Jameson consigue algo paradójico: ofrecer unas coordenadas de lectura válidas para quien desee internarse por primera vez en el laberinto de la Fenomenología y que, al mismo tiempo, esas consideraciones resulten interesantes para el especialista. Lo hace con la libertad de juicio que le caracteriza (y que algunos pueden entender como excesivamente heterodoxa) y con un ritmo ágil para un libro de este tipo. Obviamente no es una monografía que agote el sentido último de la Fenomenología del espíritu, pero sí contribuye a subrayar la insospechada vigencia de muchas observaciones allí presentes y da con ciertas claves de la melodía hegeliana que hacen más comprensible esa extraña canción que aún hoy suena entre nosotros.