Hoy, 5 de marzo, es el cumpleaños de Rosa Luxemburg. Nacía hace 154 años en un pequeño pueblo llamado Zamość, cerca de Lublin, en 1871, cuando Polonia era parte del Imperio Ruso.
La familia de Rosa era judía, liberal y educada. Su padre había estudiado en Alemania, cuando regresó a Polonia trajo consigo ideas contemporáneas, el interés en asuntos internacionales y el gusto por la literatura occidental. Su madre también era una ávida lectora de libros en alemán y polaco.
Al nacer en una familia cosmopolita, Rosa se politizó desde sus primeros años. Su vena revolucionaria la llevó a unirse al Partido del Proletariado, el primer partido socialista polaco.
Con solo 18 años, Rosa tuvo que huir a Suiza, donde conoció a su compañero revolucionario socialista, Leo Jogiches.
Jogiches, también conocido por su nombre de guerra Tyscha o Tyscho, se convirtió en uno de los grandes amores e influencias de su vida.
Rosa Luxemburg le escribió casi un millar de cartas a Leo Jogiches entre 1893 y 1914.
En ellas, «a menudo él es descrito como una figura que le ayudó a formar su ideología política e intelectual. Con el tiempo ella lo superó intelectualmente y se convirtió en una oradora y pensadora por derecho propio. A medida que la fama de Luxemburgo como teórica marxista crecía, Jogiches se iba amargando cada vez más. En 1907 se separaron.
En 1898, Rosa Luxemburg se mudó a Berlín, que sería su hogar por el resto de su vida. Ella estaba convencida de que en Alemania comenzaría la revolución. Allí fue donde Rosa se abrió camino rápidamente en las filas del Partido Socialdemócrata alemán.

De esa época es primera gran obra política Reforma o Revolución (1898), la que le proporcionaría el reconocimiento político en el Partido Social Demócrata Alemán, y obligaría a los veteranos a considerarla una verdadera dirigente política. Rosa Luxemburg plantea en el texto que el dilema resultante, «reforma o revolución», es realmente para la socialdemocracia el de «ser o no ser». Así, la discusión que plantea Rosa Luxemburg acerca de que la opción no se centra tanto en la manera de luchar, en cuál es la táctica, sino en el futuro de toda la vida del movimiento socialdemócrata.
Y en 1905, la revolución se extendió, pero no en Alemania, sino en el Imperio ruso. En 1905 viajó a Varsovia y vio las teorías revolucionarias puestas en práctica.
Su respeto por lo que estaba pasando en Rusia coincidió con su crítica a lo que ocurría con la socialdemocracia alemana, el partido la empezó a detestar. Cuanto más la odiaban sus copartidarios, más popular se volvía ella las calles, más famosa y más bienvenida era en mítines del proletariado. Ella representaba la capacidad del espíritu revolucionario de exceder los sistemas organizacionales fijos que querían mantenerlo en un solo lugar.
Estaba empezando a dudar de que los socialdemócratas alemanes estarían a la cabeza de tal revolución y cuando vio que su partido votó a favor del presupuesto para municiones en la Primera Guerra Mundial quedó absolutamente devastada.

Fue en ese momento cuando escribe La crisis de la socialdemocracia. En esa obra explicaba que el conflicto bélico no poseía un carácter defensivo frente al zarismo ruso, sino que constituía una guerra imperialista surgida de las contradicciones y necesidades del desarrollo del capitalismo. En aquel periodo de reacción fue todo un manual para la educación del núcleo de cuadros marxistas y obreros revolucionarios de Alemania.
En 1916, junto con el marxista y antimilitarista Karl Liebknech funda el movimiento Liga de los Espartaquistas (1918), que más tarde se transformó en el Partido Comunista Alemán (KPD).
Y durante esos años Rosa Luxemburg, ya conocida como «Rosa Roja», fue encarcelada una y otra vez por encabezar protestas contra la Primera Guerra Mundial.
Fue en la cárcel donde escuchó noticias de las revoluciones rusas de 1917. «Los eventos en Rusia son de una grandiosidad y tragedia asombrosa. Lenin y su gente por supuesto no podrán controlar el caos, pero su intento por sí solo es un hecho de importancia histórica global y un hito genuino«, escribió.

En esas fechas escribe La Revolución rusa, durante su estancia en la cárcel de Breslau, en Alemania. Se trata de una reflexión sobre las primeras medidas tomadas por la dirección bolchevique. En principio destinada a ser publicada en la revista de la Liga Espartaquista, no vio la luz hasta 1922, tres años después del asesinato de su autora, debido al posicionamiento que esta había tomado con respecto al bolchevismo.
Luxemburg mostraba su solidaridad con la Revolución rusa al tiempo que hacía una ardorosa defensa de la democracia que refleja fielmente la triple e inseparable dimensión de su pensamiento y su obra: socialista, demócrata y revolucionaria. El texto, muchas veces criticado y ocultado, merece hoy nuevos debates, pues su implacable lucha contra la guerra y el radicalismo con el que defendía la relación entre la libertad política y la igualdad social siguen teniendo, hoy como ayer, el mismo interés que cuando fue redactado.
Rosa Luxemburg también reprendió a los bolcheviques por su disolución de la Asamblea Constituyente electa y su supresión de los partidos rivales:
«La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por muy numerosos que sean, no es libertad en absoluto”.
«La libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa de manera diferente«.
Existe otro valioso testimonio del pensamiento de Rosa Luxemburg, son Cartas de la prisión, que escribió desde la cárcel a sus amigos y compañeros de lucha. En ellas es capaz de condensar su pensamiento más profundo sobre la situación política del momento y las perspectivas futuras del socialismo. Pese a su situación y represión, Rosa Luxemburgo nunca dejó atrás sus ideas, sino que siguió escribiendo incansablemente para defender sus convicciones, manifestando, aun estando presa, un conocimiento del momento político sorprendente. Cartas de la prisión es, por tanto, una muestra más de la brillantez de una mujer cuyo pensamiento sigue siendo capaz de remover en la actualidad muchas conciencias.
Del 5 al 12 de enero de 1919, Berlín fue el escenario de una huelga general, con la que los manifestantes soñaban repetir la experiencia rusa tomando el gobierno de las manos de los pocos para dársela a los muchos. Se le conoce como el Levantamiento Espartaquista.
El presidente socialdemócrata Friedrich Ebert respondió ordenándole a un grupo paramilitar protonazi que aplastaran la rebelión. Y así lo hicieron. Una vez cumplida esa misión, el 15 de enero de 1919, detuvieron a Rosa Luxemburg y a Karl Liebknecht. Los golpearon, torturaron y humillaron. A ella, uno de los paramilitares le rompió el cráneo con la culata de su rifle. Con la sangre brotando de su herida, la metieron a un auto, donde fue abatida a tiros y arrojada al canal Landwehr de Berlín. Cinco meses tuvieron que pasar para que se rescatara y se diera sepultura al cuerpo.
Las últimas palabras que escribió conocidas fueron:
“¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”
Rosa Luxemburg, la mujer a quien el líder soviético Vladimir Lenin llamaría el «Águila de la Revolución».