No cierres los ojos Akal

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La lectura de un cómic o de un libro ilustrado supuso para muchos el primer contacto que de niños tuvimos con el mundo del libro; uno de los primeros artefactos culturales con el que nos topamos y que a la larga pudo determinar algo tan importante como nuestro interés o nuestra desafección por la palabra escrita.

En España, donde el mercado del cómic parece tener una tendencia positiva, los tebeos han sido los protagonistas de verdaderos fenómenos culturales, véase el fuerte impacto de El Capitán Trueno o de Mortadelo y Filemón en varias generaciones. Y fuera de nuestras fronteras qué decir de lo que supuso el universo Marvel, Las aventuras de Tintín, Astérix el Galo, Mafalda, Corto Maltés o mangas como Dragon Ball para miles de jóvenes, llegando muchos de ellos a convertirse en fenómenos universales. Han desempeñado un papel esencial en nuestra vida como lectores; han sido la llave que nos ha abierto la puerta al vasto e increíble mundo de la narrativa, y por ello el poder de la novela ilustrada o el cómic es incalculable. Pero, ¿sólo eso?, ¿no han influido también en nuestros imaginarios sociales, en nuestra forma de entender el mundo?

Más allá de la capacidad que tiene para ser accesible a un público amplísimo (infantil, juvenil, adulto), el cómic no muestra grandes diferencias en comparación con cualquier otro tipo de libro o incluso con cualquier otro tipo de artefacto cultural. Por el contrario, está inserto en las mismas circunstancias y en los mismos parámetros en los que se sitúan los demás formatos, y por ello plantea los mismos debates. ¿Es el cómic una herramienta cultural no inocente? Es decir, ¿existe algún tipo de libro ilustrado «no ideológico» que sea meramente un artilugio cultural con el único fin de entretener o se trata de otro mecanismo funcional para el sistema dominante? La respuesta se antoja sencilla si antes hemos leído a Juan Carlos Rodríguez o a David Becerra: todos los escritores viven en un momento histórico concreto y por ello todos reproducen unos gustos literarios determinados, un imaginario social y un abanico de creencias fruto de las contradicciones ideológicas de ese momento. Los guionistas de cómic y los ilustradores no son ajenos a esto. No existe la literatura apolítica y objetiva, ni siquiera en el caso de una novela ilustrada. Veamos un ejemplo claro de cómo el cómic ha sido un producto de la ideología dominante y a su vez una herramienta para legitimar el sistema: Superman.

Superman es un indiscutible producto de su época. Este cómic surge en la Gran Depresión con un contexto sociocultural frágil en el que se buscan soluciones no colectivas ni rupturistas para las vulnerabilidades y carencias del capitalismo norteamericano. El héroe de la capa será ese defensor ficticio y de ensueño del sistema: individualista, garante de la protección del país ante cualquier «amenaza externa» (como metáfora ante la «amenaza» comunista), capacitado con el mismo potencial transformador que el capitalismo (descrito por Ludovico Silva con algunos ejemplos: poder para dividir los átomos, para surcar los aires a grandes velocidades, etc.), paladín de la propiedad privada (que, como nos recuerda Umberto Eco en Apocalípticos e integrados, es la única forma en la que se manifiesta el mal en el hilo argumental) y violento (asumiendo la idea norteamericana de que la seguridad es sinónimo del uso de la fuerza, que es lo que el imperialismo estadounidense practica en su política exterior de injerencia). Es decir, Superman escenifica los anhelos y valores del sistema norteamericano, transmitiendo así a través del cómic la ideología dominante de ese momento histórico.

No todos los ejemplos son tan claros como este, pero con mayor o menor intensidad, la mayoría de veces de forma inconsciente, el escritor deja una huella ideológica que depende de la sociedad y de las relaciones sociales en las que se halla. Ya sea enfocando la trama en los conflictos individuales sin que las estructuras influyan en ningún momento ni se pretendan subvertir (explicado perfectamente en La novela de la no-ideología de David Becerra), dando por cierta toda la propaganda occidental de Guerra Fría o dando una imagen del sistema como si se tratara de una realidad insuperable, algo así como una ley física que no se puede cambiar por mucho que queramos. Por lo tanto, podéis imaginar que la inmensa mayoría de cómics y novelas ilustradas son funcionales para el relato hegemónico, pero eso no quiere decir que no existan otros que sean antihegemónicos y contestatarios.

El cómic puede suponer una herramienta eficaz en la batalla cultural por dos razones evidentes: por un lado, este formato cuenta con una gran popularidad en la actualidad y, por otro, como ya hemos mencionado, es uno de los primeros contactos de los más jóvenes con la narrativa. Jóvenes que habitualmente sufren el bombardeo de anuncios, películas, libros, refranes… que marcan sus posturas y gustos en la vida en concordancia con la cultura hegemónica. Ante esta circunstancia, el deber de los escritores comprometidos es mostrar que existen otros códigos con los que interpretar el mundo. Algunos autores, influenciados por Gramsci, hablan de esta estrategia como la del «Caballo de Troya», que consiste en asaltar la mente de los lectores a través de una lectura que adopte una forma popular y atractiva para que estos le «abran las puertas». Esta fórmula, que no excluye que otras se puedan poner en práctica, es la que permite que podamos contar la historia de la Guerra Civil española a los más jóvenes (véase ¿Qué fue la Guerra Civil? De Carlos Fernández Liria, Silvia Casado Arenas y David Ouro) sin equiparar a víctimas y verdugos como tan a menudo se hace en el relato oficial.

Es en Cataluña precisamente donde algunos de los tebeos mencionados ayudaron a rebasar los estrechos límites de la ideología imperante en el país. Víctor Mora logró a través de las viñetas de El Capitán Trueno regatear la censura franquista e introducir un mensaje progresista a favor de la justicia y en contra de la explotación en un ambiente con olor a naftalina e Ibañez, con Mortadelo y Filemón o 13, Rue del Percebe, nunca dudó en usar el tebeo para denunciar la corrupción o tratar temas como el racismo o la dificultad para acceder a una vivienda. Hay muchos ejemplos parecidos; son explosiones de realismo, ficción, rebeldía e imágenes para hacernos pensar y para que reaccionemos.

Harun Kahwash Barba

Colección La palabra ilustrada – Akal

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