No cierres los ojos Akal

soldados-franco Francisco J. Leira

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 derrumbó los cimientos de la sociedad que se había estado construyendo desde finales del siglo XIX. Se trataba de una sociedad dinámica en lo social, cultural y político, en la que fraguaron ideologías y movimientos como el comunismo, el socialismo, el agrarismo, el liberalismo, el fascismo (con escasos afiliados), el carlismo o la democracia cristiana. No obstante, no fueron los únicos, ya que hay que citar un incipiente feminismo, el krausismo y la defensa de una nueva educación, la lucha por mejoras agrícolas, una nueva justicia e incluso con aires de cambio en el Ejército. No obstante, y en medio del periodo de entreguerras, comenzó a cobrar fuerza una tendencia contrarrevolucionaria en lo político y un deseo por frenar ciertas iniciativas planteadas en el plano social y cultural. El 18 de julio de 1936 supuso una ruptura con este proceso y los días que lo siguieron hicieron estallar este aprendizaje político en el que estaba envuelta la sociedad española, en el que un sector proponía una idea y era respondida, más o menos, de forma pacífica por otros, para dar paso a la lógica de la violencia.

La incertidumbre se estableció en la sociedad por la imprevisible duración de la fractura política que preexistió durante el mes de agosto de 1936, con el resultado de una España dividida en dos, una controlada por la fracción del Ejército golpista y sus apoyos, y otra por los defensores de proyecto republicano y por grupos revolucionarios, debido a que el control efectivo de la Segunda República no se produjo hasta septiembre con el Gobierno de Largo Caballero. En la zona rebelde, todo el mundo sabía quién tenía el poder: el Ejército y su recién constituida Junta de Defensa Nacional. Su objetivo era hacerse con el control de todos los resortes en su territorio para asegurar la victoria. De ahí que ya en la temprana fecha del 8 de agosto de 1936 se aprobara el primer decreto de la movilización que obligaba a presentarse a todo el cupo de instrucción y reserva de 1934, 1935 y 1936. Ha sido una recluta forzosa y no la «nación en armas» que escribían los periodistas de aquel tiempo. Estos dos aspectos señalados, la existencia de una sociedad civil y el alistamiento forzoso, son fundamentales para comprender la experiencia de guerra de los «soldados de Franco» y que en cierta medida confiere especificidad al caso español particular con respecto a lo ocurrido en las trincheras de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Esto lo pudieron hacer porque habían declarado el estado de guerra, que permitía alistar a los reemplazos que consideraran convenientes. El control policial y la justicia los desarrollaría el Ejército. La militarización mediante el servicio militar no fue la única medida desarrollada por la Junta de Defensa Nacional. Además, decretaron la militarización de fábricas, hospitales y telecomunicaciones. Todo esto en paralelo con un constante saqueo, generalmente revestido de aparente tributo voluntario. Saqueo, porque muchas personas se vieron en la obligación de ceder sus bienes al nuevo poder rebelde. Al mismo tiempo, otros sectores de la sociedad participaron voluntaria y activamente durante el mes de agosto y, especialmente, octubre y septiembre, nutriendo las milicias ciudadanas. Asimismo, muchas familias colaboraron motu proprio con dinero y bienes materiales para los insurgentes. Sin embargo, como se ha expuesto, la ayuda voluntaria fue insuficiente, y si algo caracterizó a los golpistas fue el uso de la fuerza y el poder militar.

Esta fue uno de los principales instrumentos en los que se apoyaron para ganar terreno a la Segunda República, el terror. Los otros dos fueron la colaboración de civiles y el apoyo silencioso al golpe. Por su parte, la propaganda se encargó de barnizar con justificaciones las acciones que se cometían en la retaguardia gallega. Sin embargo, el terror fue la herramienta de control más importante por el número ingente de personas que se vieron envueltas en acciones represivas (acusados, familiares, testigos, vecinos, delatores) y el impacto psicológico que tuvo en la sociedad. Las milicias establecidas en retaguardia se encargaron de perpetrar asesinatos y dejar a muchos de sus cadáveres en las cunetas. Según los datos del Proyecto Interuniversitario «Nomes e Voces», un total de 19.249 personas sufrieron represalias por las fuerzas vivas. Pero al peso de las cifras hay que sumarle el desconocimiento de la magnitud real de lo que estaba sucediendo. Observaban a gente huida, perseguida, asesinada, yendo a declarar, familias enfrentadas y otras que protegían a sus más allegados. En todo ese contexto y de manera paralela, se realizó la recluta forzosa.

También se quería abordar desde otra perspectiva el proceso de recluta. ¿Qué actitudes, comportamientos y opinión popular se granjeó? Aparte de la escasa participación a través de las milicias, el terror que causaron influyó, junto con lo anteriormente explicado, para que los demás hombres no tomaran otro camino que el de alistarse. Ese fue un comportamiento lógico en ese escenario: alistarse independientemente de sus ideas, de su estratificación social, de su nivel educativo o de su posicionamiento político. De este modo, se formó un Ejército heterogéneo en identidades y lealtades políticas, sociales, culturales, geográficas y de experiencias vitales. Por eso, muchos que durante la Segunda República habían tenido presencia social y cultural relevante o una adscripción política contraria a los «principios de golpe» se alistaron y lucharon durante toda la guerra, sin más remedio que adaptarse. Relacionado con esto y retrotrayéndonos al golpe, muchos individuos estuvieron ocultos en el bosque o en casas de amigos o familiares. Al comprobar cómo se fraguaba el terror golpista, decidieron alistarse voluntariamente para evitar las represalias de un poder que demostraba su capacidad de llegar a cualquier lugar. En otro lado quedarían los que, por distintas causas, siguieron en paradero desconocido y desatentos a la movilización. En parte, terminaron formando una sociedad de huidos, germen de la futura guerrilla. No obstante, no se puede obviar que un grupo no pequeño se opuso al golpe.

Cuando la Junta Técnica del Estado constató que no podían tomar Madrid y que el Ejército republicano resistía en Asturias, adoptó las medidas necesarias para poner en marcha una guerra total. Todos los suministros, hombres, esfuerzos y políticas desarrolladas en retaguardia y en el frente se dirigieron a la victoria militar. La recién creada Junta Técnica al mando del general Franco sabía que lo único que les quedaba era iniciar una guerra de duración incierta hasta conseguir su objetivo, el poder. Comenzaron las primeras escaramuzas, que se transformaron en batallas, y estas, en grandes campañas. El Ejército sublevado contaba con una ingente cantidad de hombres que aumentaba a causa de la continua movilización y de apoderarse de nuevos territorios, además de sumar a nuevos combatientes procedentes del Ejército republicano que, si no eran enviados a un batallón de trabajadores, eran destinados a unidad insurgente para seguir en el frente.

* El texto de esta entrada es un fragmento de «Soldados de Franco» publicado en Siglo XXI Editores

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