No cierres los ojos Akal

Decía Agatha Christie que lo bueno, como en su caso, de estar casada con un arqueólogo es que cuanto más vieja eres más le gustas. Fue quizás esta pasión propia de los arqueólogos lo que llevó a varias universidades europeas a cambiar las fechas de sus fundaciones para hacerse más ancianas. En el año 1888, un comité presidido por el poeta Giosué Carducci decidió fijar la fundación de la universidad de Bolonia, que tuvo lugar en fecha desconocida del siglo XII, en el año 1088, con el fin de que toda Italia pudiese conmemorarlo en un acto presidido por sus reyes y presumir consiguientemente de tener la más antigua universidad europea, hoy tan célebre por su nombre, a pesar de su incierto nacimiento.

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En la fotografía adjunta se puede ver el edificio en el que supuestamente habría estado una escuela de gramática para niños, que nunca llegó a funcionar como tal. Las rentas asignadas por el noble que la fundó, pasaron más tarde a la Universidad de Santiago, discutible y no muy sólido vínculo para remontar hasta tal fecha la fundación de esta institución compostelana. De hecho, ésta aún no ha cumplido los quinientos años, por mucho que en 1995, basándose en lo anterior, se celebrase su pretendido Quinto Centenario. ¿Hay, acaso, oscuros motivos para tergiversar la Historia?

La falsificación de las partidas de nacimiento continuó en otros casos, como se recoge en la historia de la universidad en Europa en 4 volúmenes, publicada por la Universidad de Cambridge y rematada en el 2011; una historia cuya calidad científica tiene además el respaldo institucional de la Conferencia de Rectores y Presidentes de todas las Universidades Europeas. Pues bien, en ella (tomo II, p. 97) se deja muy claro que la Universidad de Santiago fue fundada en el año 1526, por un documento pontificio que la reconoció como tal el día 13 de octubre. No obstante, dicha universidad celebró su Quinto Centenario en el año 1995, entre los fastos y discursos de sus autoridades y el silencio mayoritario de sus historiadores.

¿Por qué lo hizo? ¿Por creer en el encanto de las viejas damas, como el marido de Agatha Christie? ¿O para presumir de un supuesto prestigio que, en ese momento, no podían tener las Universidades de Coruña y Vigo, jóvenes doncellas nacidas en enero de 1990, y que, si bien aún no tenían pasado, sin embargo sí que podrían tener mucho más futuro? Puede parecer pueril, pero esa fue la razón que llevó a la Universidad de Santiago, que durante parte de esos siglos estuvo cerrada unos cuantos años, a elaborar un discurso de autoelogio que elevó el anacronismo a la categoría de bella arte, queriendo ignorar que las universidades de la Europa Moderna eran muy diferentes a las actuales universidades, llamadas de investigación, nacidas en el siglo XIX en los principales países de Europa y en los EEUU, pues básicamente las formaban clérigos y abogados, y tenían muy pocos profesores y alumnos, y apenas recursos.

El anacronismo, la autocomplacencia y la falta de sentido crítico pasaron por alto que esa misma universidad había publicado en el año 1992 un libro de tres de sus profesores (J. García Oro, M. Romaní Martínez y P. Rodríguez Suárez), que estudia y publica una inspección que D. Pedro Portocarrero, gobernador de Galicia, hizo a esa universidad en 1577, describiéndonos su estado, que benévolamente podríamos calificar de lamentable. Como este tipo de libros académicos apenas tienen lectores, se pudo afirmar que esa universidad había cumplido a lo largo de la historia un papel esencial en la sociedad y la economía gallegas, como el que, con la misma escasa fiabilidad, ahora se le atribuye.

Fue ese centenario, que en 2026 podrá celebrarse en versión ampliada, como hace Hollywood con sus «montajes del director», seguido por la celebración de las bodas de plata de la Universidad de Coruña, apenas cumplidos diez años de su fundación, la partida de nacimiento de una política de gasto incontrolado a cuenta del erario público. En él se celebraron docenas y docenas de congresos, se nombraron tantos doctores Honoris causa que se devaluó ese título, y poco a poco se comenzó a perder el contacto con la realidad, ya no sólo del pasado, sino también del presente, para acabar por incubar un siniestro futuro de endeudamiento, desmesura y falta de sentido crítico y académico.

En la historia, la verdad ni se compra ni se vende, pero tampoco debería poder alquilarse. Lo mismo debe ocurrir en todos los demás casos y, en honor a ella, deberíamos decir que, por mucho sex appeal que puedan tener las viejas damas, la verdad de una universidad consiste en que desde su presente pueda contribuir a crear un futuro mejor para los jóvenes que han de venir.

El texto de esta entrada de José Carlos Bermejo Barrera es un fragmento del libro «Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad»  pp. 239-241.

Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad

Las universidades españolas son un auténtico agujero negro de la información. Todas las noticias acerca de ellas salen directamente de sus gabinetes de prensa o de las declaraciones públicas de su rectores, quienes, junto con las autoridades políticas autonómicas y estatales, por una parte, desarrollan un discurso autocomplaciente que llega al esperpento y, por otra, no cesan de pedir dinero, dando a entender que esa supuesta falta de dinero es el único problema de unas universidades perfectas, en las que no se ha conocido ningún caso de corrupción económica o política, precisamente en un país en el que la corrupción alcanza a todas las instituciones, desde la monarquía hasta los ayuntamientos, los partidos y todos los sectores económicos.

portada-rectores-privilegiadosEl logro de la opacidad absoluta de las universidades ha sido posible gracias al muro protector que han construido los rectores, quienes tienen a la vez el poder ejecutivo, el legislativo –ya que las universidades hacen cientos de normas que a veces contradicen las leyes superiores– y el judicial –un rector puede juzgar a su personal nombrando jueces instructores que son sus subordinados–. Los rectores son los únicos cargos públicos que resuelven ellos mismos los recursos contra sus propias resoluciones y contra las normativas que aprueban en sus órganos de gobierno, por lo que su poder es omnímodo y no es contrarrestado por los profesores –a los que se ha dividido en una competición cainita constante por los méritos y el dinero–, ni por unos alumnos desmovilizados que no son capaces de comprender el galimatías normativo y son manipulados en el mundo complejo y barroco de los órganos de gobierno en los que ya no quieren entrar.

Nadie ha descrito una universidad por dentro, con nombres, problemas económicos y administrativos, con sus falsas verdades y su discurso sobre sí misma. En este libro se ofrece, a través de pequeños ensayos perfectamente estructurados, la vida de la Universidad de Santiago de Compostela,  que no es una universidad menor ni marginal, sino una de las mejor situadas en los ránkings de prestigio científico en campos como las Matemáticas, las Humanidades, la Física, la Química y las Ciencias de la Salud. Una denuncia que, más allá del caso concreto, pone de manifiesto la diferencia entre la triste y desalentadora realidad de la institución universitaria y la imagen que quiere dar de sí misma ante la opinión pública.

Pedro Piedras Monroy, Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, reseña en nuestro blog Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad

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