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[El texto comienza en Friedrich Engels. Karl Kautsky (1 de 7)]

EL SOCIALISTA | 13 de septiembre de 1895, n.º 497 | Karl Kautsky

Tal fue el origen del Anti-Dühring, como abreviadamente se llama por lo común al libro cuyo título es La revolución de la ciencia por el señor Dühring. La segunda edición ha sido hecha en Zúrich en 1886 por la Librería Popular; pero antes ya había aparecido en forma de folleto, titulado Desarrollo del socialismo de la utopía a la ciencia, algunos capítulos, de los que se habría suprimido la parte polémica.

El motivo de la aparición del Anti-Dühring está muy olvidado. No solo el señor Dühring ha concluido para la Democracia Socialista, sino toda la cola de socialistas académicos y platónicos ha sido barrida por las leyes de excepción, que, por lo menos, han tenido de bueno el mostrarnos dónde hay que buscar los firmes sostenedores de nuestro movimiento. Pero aunque las circunstancias han cambiado, el libro no ha perdido nada de su importancia. Dühring se había ocupado en muchas cosas; había escrito de Matemáticas y Mecánica, lo mismo que de Filosofía y Economía política; de Jurisprudencia, lo mismo que de Historia primitiva, etc. A todos esos terrenos le siguió Engels, que fue tan enciclopédico como Dühring, pero de una manera muy distinta. Se ocupa de todo, pero con una profundidad que casi solo se encuentra en los sabios especiales, y aun no siempre; pues la ciencia moderna se ha contagiado de la forma moderna de producción; también a ella se impone cada vez más la regla de producir pronto, a la ligera. Los productos de la ciencia moderna son como los productos de la industria moderna: baratos y malos. Lo que no quiere decir que no se paguen precios considerables por esos malos productos, sobre todo si son artículos de moda.

Debemos a la superficial complejidad del señor Dühring que el Anti-Dühring haya sido un libro en el cual están tratados desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx y Engels, los más importantes puntos de todos los conocimientos modernos. Después de El capital, el Anti-Dühring es la obra fundamental del socialismo moderno.

La Internacional

Peo la obra literaria de Engels nos está haciendo perder de vista su actividad política práctica. Volvamos a ella.

A principios del 1860, no solo en Alemania, sino también en Francia, Bélgica e Inglaterra, empezó a renacer el movimiento obrero, que en el continente, después de los golpes de 1848 y 1849, se había apagado casi por completo. Hasta en España y en Italia la clase obrera empezó a dar signos de vida. Hacer de esa agitación oscura y desordenada un movimiento uniforme, claro y consciente, tal fue la tarea que se propuso realiza la Internacional, sociedad fundada en Londres en 1864 para llevar adelante la organización y la propaganda entre los proletarios de todos los países, y no con fines de conspiración como se ha dicho tantas veces. Por su gran capacidad, y sin que él la buscara, tocó a Marx la dirección intelectual de la Internacional. Es claro que dedicarle todas sus fuerzas cuando se retiró de los negocios y se trasladó a Londres (1870). Llegó a tiempo, porque precisamente entonces empezaron las tremendas luchas que desencadenó la guerra franco-alemana: las fuerzas de la Internacional fueron puestas a prueba, necesitando la cooperación de todos sus hombres.

La Comuna de París

En 1870 se produjo una revolución que, en cuanto a actos de fuerza, bien puede compararse con las revoluciones anteriores. Pocas habrán costado tantas víctimas como la guerra franco-alemana. Y esa revolución no se limitó a Alemania y Francia. También hubo quienes aprovecharon la ocasión para romper los tratados que habían suscrito, para anular derechos de propiedad adquiridos. Pero no fueron los «bárbaros» comunistas sino los «sostenedores del orden y el derecho». Víctor Manuel ocupó a Roma y al zar de todas las Rusias no cumplió el tratado del Ponto, que él había firmado, estableciendo la neutralidad del mar Negro.

Si entre los vencedores y sus amigos la revolución vino de arriba, entre los vencidos salió naturalmente de abajo. El Imperio fue barrido en Francia, y concluida la paz, como la Asamblea Nacional pareciera querer traicionar una vez más la República, París se levantó para salvar la libertad amenazada. Y volvió a repetirse la antigua comedia del año 1848: la pequeña burguesía envió a los trabajadores al fuego para después asustarse de sus propios aliados y paralizar sus fuerzas en medio del combate. Pero el proletariado de 1871 esa distinto del de 1848 y 1849. Era más fuerte y más inteligente. Cuando más duraba en París el combate, tanto más el peso de la lucha pasaba de la pequeña burguesía al proletariado, y más claramente aparecía este como la fuerza impulsora y sostenedora del movimiento revolucionario. Y los hombres más conscientes y decididos del proletariado eran miembros que tenía allí la Internacional. Si esta no había determinado el levantamiento de la Comuna, una vez empeñado el combate, a ella le tocó en definitiva su dirección, por lo menos en lo económico. Se atribuyó a la Internacional la responsabilidad de la Comuna, y ella, lejos de declinarla, se declaró solidaria con el alzamiento de París. Era lo que faltaba. Caída la Comuna, La Internacional, que siempre había sido objeto de miedo y de horror para todos los «bien intencionados», fue declarada fuera de la ley en casi todo el continente. Al mismo tiempo se retiraron de ella los más influyentes trabajadores ingleses. Todavía no había llegado en Inglaterra el tiempo del socialismo; todavía los trabajadores ingleses formaban un apéndice de la fracción radical de la burguesía. Como la Internacional, al declararse por la Comuna, se había «comprometido», ellos la abandonaron.

Y a todo esto se agregaron las divisiones en la misma Internacional.

El movimiento político obrero

Antes de Marx y de Engels los socialistas no comprendían nada de la lucha de clases que tenían que sostener los trabajadores. Esa lucha tenía que ser política, y su objeto la posesión del Poder político por la clase obrera para aprovecharlo en bien de sus propios intereses. Los socialistas de entonces, por el contrario, sintiendo repugnancia hacia los manejos de los antiguos partidos, no querían que la nueva sociedad vieja, sino hacerla nacer a hurtadillas de esta, fuera del alcance de su influencia corruptora. Por eso predicaban la abstención de toda acción política, la abstención de toda lucha de clases, y llevar a las masas populares el convencimiento de la necesidad y de la utilidad del socialismo por medio de la «propaganda por el hecho» de algunos individuos avanzados. Pero como esos socialistas eran gentes muy amantes de la paz, que no veían en el necesario antagonismo entre la clase obrera y la clase capitalista sino una desgracia, y no una palanca de progreso histórico, u esperaban suprimir ese antagonismo instruyendo sobre su verdadero interés a los capitalistas, sus medios de «propaganda por el hecho» eran muy inofensivos: fundación de cooperativas de producción, colonias socialistas y cosas semejantes.

La gran obra de Marx y de Engels ha consistido en hacer desaparecer la separación artificial existente entre el socialismo teórico y el movimiento político obrero, y en dirigir así la transformación social, la única fuerza eficiente que está llamada a ello, la fuerza del proletariado combatiendo por su emancipación. En lugar del empeño de algunos individuos aislados, pusieron ellos la acción de la clase trabajadora, y en lugar de la buena voluntad del filántropo, la necesidad natural que obliga a la clase trabajadora a resistir a la opresión capitalista so pena de ser aniquilada. En oposición a los insignificantes ensayos aislados, sostuvieron que la renovación social solo puede ser el resultado de la obra uniforme y común del proletariado consciente de todos los países, y que las formas futuras de la producción no pueden consistir en sociedades, colonias o comunas autónomas o asiladas, sino en la apropiación de los medios de producción y en la organización metódica del trabajo por las naciones unidas de la civilización capitalista actual.

En el Manifiesto comunista ya expresaron ese modo de ver, que constituyó también la base de la Internacional.
[El texto continúa en Friedrich Engels. Karl Kautsky (6 de 7)]

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