No cierres los ojos Akal

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Los mejores libros son aquellos capaces de mostrar la realidad escondida tras lo supuestamente evidente, y de desvelar primero para entender después el mundo en el que vivimos, a los demás y a nosotros mismos. Esta es una afirmación que sin duda debe verterse sobre el ensayo que aquí se reseña, La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, firmado por el filósofo y sociólogo José Luis Moreno Pestaña, y publicado en 2016 por Akal. De hecho, esta publicación supone en muchos sentidos la culminación –hasta la fecha– de toda una serie de trabajos iniciada hace más de una década, en los que el autor viene aunando cuestiones relativas al cuerpo, la enfermedad mental y los trastornos alimentarios, transitando siempre por las difusas fronteras entre las ciencias sociales y humanas.

En este sentido, La cara oscura del capital erótico – ya con una segunda edición– ha de entenderse conectado y heredero de un libro anterior, Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, publicado por el CIS en 2010, condensador en sí de una serie de trabajos que compaginan un potente aparato teórico, con un siempre sólido andamiaje empírico. En esta doble exigencia, trata el profesor de Cádiz las más actuales problemáticas sobre los discursos y debates en torno a la sociología de la enfermedad mental y la desviación, haciendo siempre gala de un exquisito manejo de las referencias teóricas más actuales y pertinentes. De hecho, fue en aquel primer ensayo –y en otros trabajos publicados entonces– donde el intelectual andaluz imaginó y perfeccionó una serie de herramientas conceptuales y de análisis destinadas en buena medida a superar las limitaciones de la vieja dicotomía entre lo normal y lo patológico, referencia clave en este tipo de estudios. Insertando la enfermedad mental –ejemplificada en los trastornos alimentarios– en el seno de las interacciones básicas que conforman el mundo social, el autor perseguía analizar las “condiciones sociales objetivas” –por decirlo con la tradición de Bourdieu de la que el autor es obvio y confeso heredero crítico– que permiten el surgimiento de la enfermedad mental.

Retomando, puliendo y ampliando lo descrito entonces, La cara oscura del capital erótico rastrea las conexiones existentes entre esos mismos trastornos alimentarios y el concreto mercado de trabajo femenino, enfocado –aunque no exclusivamente– en las tiendas de ropa, los bares de copas o las perfumerías. Volviendo a combinar acertada y eficientemente aquel trabajo teórico con la investigación empírica –fundamentalmente cualitativa aunque no solo–, el autor acomete la difícil tarea de situar el cuerpo y entenderlo en la intersección de los múltiples ámbitos en los que de facto se encuentra inmerso. En efecto, lo que nuestro cuerpo es, la forma en la que lo entendemos y moldeamos –o al menos intentamos hacerlo–, y en la que lo proyectamos hacia los demás, no son en absoluto dominios exclusivos de una determinada concepción médica o de la salud, ni tampoco de unos más o menos explícitos discursos estéticos o percepciones culturales y simbólicas. Más aún, todos estos elementos deben entenderse en mutua conexión e imbricados con otros quizá menos evidentes como son la propia familia –y el heredado “capital cultural”–, los sistemas de calificación y cualificación en los que nos vemos inmersos, las posiciones de clase, o las oscuras estrategias de la mercadotecnia capitalista.

Todos estos elementos –y algunos otros– se dan cita en un libro por lo demás delicadamente editado, y estructurado en torno a siete capítulos, de los cuales el primero se dedica a una necesaria introducción histórica sobre la capitalización del cuerpo. Atendiendo a tres ejes de análisis –prestados de Enrique Gil Calvo (2000)–, el cuerpo es entendido y analizado en primer lugar en su dimensión física y biológica; en su exigencia de ser vestido y adornado en conexión con unos determinados signos de estatus, después; y finalmente, en su identidad global como cuerpo físico y mostrado a los demás en los diferentes mercados –rural, urbano, etc.– de forma positiva o negativa. Estos ejes sirven al autor para analizar en este primer capítulo cómo el cuerpo ha devenido una forma de capital, y más aún como capital erótico, trazando una historia genealógica que parte, como no podía ser de otro modo, de la Grecia clásica. En aquel primer momento, claro está, la belleza física no podía depender de un único patrón, y de hecho para el Sócrates de Platón por ejemplo el excesivo cuidado del cuerpo podía suponer más bien un descuido intolerable de las competencias políticas e intelectuales que debían guiar al hombre recto. En este sentido, las formas de belleza eran plurales, y en ningún caso podían ser “encarnadas” por los individuos. Las cosas cambiarían ya desde los siglos XVII y XVIII, cuando la cosmética y los rituales de adelgazamiento comienzan a extenderse por la Europa ilustrada, y especialmente en los siglos XIX y XX, cuando los modelos corporales inician un proceso de estandarización desde la propia literatura y el arte primero, para ser legitimados después por la Medicina Científica Moderna. Es entonces cuando las diferencias sociales comienzan a ser encarnadas, ahora sí, cuando los recursos eróticos de los cuerpos pasan a percibirse y valorarse como una forma específica de capital, exigible en determinados mercados. Es entonces, en definitiva, que la delgadez comienza a someter otras formas de belleza, deslegitimándolas, unificando los mercados corporales y aunando en un único referente somático los valores de salud, de belleza y éticos (p. 44).

Es en el segundo capítulo donde el autor analiza la conversión en capital erótico del propio cuerpo, inserto ya en un mercado bien definido. En este sentido discute Moreno Pestaña las tesis de Catherine Hakim sobre el capital erótico (2012), quién le otorga una singularidad separada respecto de la tríada propuesta por Bourdieu –recordemos, el capital económico, el cultural y el social–, a la que vendría a completar. Para el profesor de Cádiz, por el contrario, se trataría de una especie de capital cultural, bien en su forma incorporada –supuestamente adquirible por un individuo interesado en ello–, objetivada –heredado por un individuo que es además capaz de manejar las competencias relativas– o/y, finalmente, en su forma institucionalizada –proporcionada por los títulos, quizá menos evidente en este caso, pero efectiva– (p. 62-65). Al margen de su gran altura intelectual, esta discusión es fundamental en el ensayo que aquí se comenta, pues resulta imprescindible para comprender los mercados en los cuales el capital erótico puede actuar como tal, transformando los recursos eróticos en una forma de capital.

Ahora bien, ¿cómo este capital erótico ha llegado a forzar en los individuos comportamientos desviados, pudiendo incluso conformar aquello que Ian Hacking llamaría una “enfermedad mental transitoria”? Responder a esta cuestión es el objetivo fundamental del tercero de los capítulos que componen La cara oscura del capital erótico, una sección estructurada en torno al modelo de análisis de los nichos ecológicos propuesto por Hacking (1998). En efecto, para comprender la emergencia de una enfermedad mental –en este caso la anorexia y la bulimia–, es preciso indagar en el complejo nudo de interacciones en el que aparece, se desarrolla y se consolida, enmarcadas a su vez en cuatro vectores fundamentales del nicho ecológico: la configuración de la taxonomía médica; los umbrales de detección de la enfermedad; la polaridad cultural, relativa a la ambivalencia social respecto a la enfermedad en cuestión; y finalmente, las propias capacidades de la patología para el reclutamiento social de los damnificados, esto es, sus capacidades para encuadrar el cuerpo en estereotipos culturales y económicos.

Todos estos elementos serán utilizados en los tres capítulos siguientes, destinados a servir de apoyatura empírica a los apartados comentados hasta aquí. Así, en un diálogo constante con los supuestos teóricos de la investigación, el autor desglosa el material recogido en un total de 45 entrevistas –resumidas de forma aclaratoria en un apéndice final– y tres grupos de discusión, material utilizado por lo demás con una notable maestría. Solventando los peligros de una etnografía tan a menudo castrada, el autor insiste en sus planteamientos sociológicos anulando –o al menos relativizando– las hipótesis “psicologicistas” dominantes, ordenando su material empírico en relación a distintos entornos socio-económicos y culturales, y por supuesto trayectorias vitales. Las normas estéticas, claro está, no afectan de igual modo a todos los agentes, ni por supuesto suponen automáticamente el desarrollo de enfermedades mentales. Ahora bien, las mujeres entrevistadas condensan en sus cuerpos y en sus mentes anhelos y frustraciones que, en mayor o menor medida, se encuentran activas en los entornos en los que se han socializado y, finalmente, forjado como trabajadoras. En este sentido, los requisitos de “belleza profesional”, no siempre manifiestos, juegan en ocasiones en contra de la cualificación intelectual, por ejemplo, desvirtuándola de forma ambivalente. Por el contrario, en ciertas profesiones muy feminizadas la “estetización” parece haber sido un proceso en cierto modo inevitable, donde la delgadez se ha convertido –no sin resistencias– en un intercambiador universal de belleza. Más aún, ciertas morfologías corporales, que por supuesto incorporan estilos de vida a menudo inasumibles en los espacios sociales analizados, conducen a la asunción por parte de los agentes de comportamientos y actitudes desajustadas y enfermizas en el propio lugar de trabajo –y fuera de el, claro–, acompañadas además por unas condiciones laborales abusivas (pp. 212-214).

En fin, estas entrevistas y grupos de discusión apuntalan –como ya quedó señalado – los supuestos de la investigación, mostrando las íntimas relaciones entre la preocupación por el peso y la apariencia, y cada vez de manera más temprana. En este sentido, se observa y señala un cambio profundo iniciado de forma evidente en la década de los años 80, acelerado a partir de los 90, en las exigencias estéticas a las que se ven sometidas las trabajadores en los sectores laborales estudiados. Es entonces cuando la exigencia del llamado capital erótico se torna requisito indispensable para acceder y/o mantenerse en los puestos de trabajo, sustituyendo dinámicas anteriores –el caso de las dependientas competentes y con un gran capital objetivado de los años setenta– tanto en relación con las clientes, como con las propias compañeras de trabajo. En este punto, las trabajadoras actuales parecen haber asumido, no de forma completamente inconsciente ni pasiva, una presión corporal a menudo insana, aparentemente exigible a quienes se dedican a determinadas actividades laborales.

El libro concluye con un valiente capítulo, titulado “Descapitalizar el cuerpo”, donde el autor afronta la necesaria tarea –de nuevo en clara herencia bourdieusiana– de proponer respuestas a las problemáticas tratadas en la obra; o dicho de otro modo, de intentar imaginar soluciones políticas y éticas que modifiquen las estructuras dominantes y sus efectos negativos. En este sentido, propone el autor precisas estrategias de contestación colectiva vertebradas sobre críticas evidentes, tales como la vinculación entre gordura y enfermedad moral, las exigencias corporales que nada tienen que decir de la competencia profesional, o las excesivamente rígidas y a menudo poco fundadas normalizaciones corporales de la biomedicina actual.

En fin, La cara oscura del capital erótico es sin duda un libro que ha de ser referente no solo para aquellos interesados en los trastornos alimentarios y en la propia “naturaleza” de la enfermedad mental, sino además para todo aquel preocupado por comprender las dinámicas que forjan nuestra forma de entender, interpretar y sentir nuestro propio cuerpo y el de los demás. Siendo por lo demás una lectura relativamente exigente, su exposición es siempre clara y rica, y sus “costes de recepción” para el lector no van más allá de lo inevitable en un ensayo tan rico e intensamente sugerente. En definitiva, se trata de un libro absolutamente recomendable y necesario, brillante muestra de una tradición sociológica no siempre reconocida con justicia en nuestro país, y que sin duda afronta algunas de las cuestiones a mi juicio más apremiantes de nuestra sociedad, ofreciendo desde una excelente construcción teórica preciosas herramientas de transformación social.

Salvador Cayuela Sánchez
Facultad de Medicina de Albacete (UCLM)

Artículo original en la revista Asclepio
Copyright (c) 2017 Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
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La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios – José Luis Moreno Pestaña – Akal

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