El libro negro del ejercito español que nadie quiso escribir

El texto de esta entrada es un fragmento del prólogo del libro “El libro negro del Ejército español» de Luis Gonzalo Segura.

Este libro no lo quiso escribir nadie o nadie se atrevió a dar el paso al frente que se necesitaba para escribirlo y, sin embargo, estuvo y estaba a la vista de todos. Cualquiera podría haberlo escrito y cualquiera lo habría escrito mejor que yo; el problema es que escribirlo suponía crearse enemigos y, muy probablemente, quedar muy perjudicado profesionalmente. Y eso son palabras mayores y también palabras muy reveladoras de lo que vivimos.

Podría haber optado por otro tipo de ensayo, uno más oficial y más académico, uno reservado a un público selecto, uno de esos de excelsas y elitistas palabras y, sobre todo, «palabros» que, cuanto menos personas entienden y más soporíferos resultan, más brillante se considera la construcción final. Jamás se buscó la brillantez ni la ortodoxia en este ensayo; los que se hayan embarcado tras ellos en semejante aventura me temo que se han equivocado y espero que hayan podido rectificar a tiempo. Este es un documento basado en lo publicado en medios de comunicación, aunque escarbe bastante en sombras e interioridades, en libros, novelas y ensayos. Algunos, aparentemente, muy alejados de este tema.

Ello se debe a dos motivos principales. El primero, el más importante, porque pretendo demostrar que la verdad está ahí fuera, que lo que sucede siempre estuvo frente a nosotros y que no lo quisimos ver. No quisimos verlo los militares, pero tampoco el resto de la sociedad: juristas, historiadores, periodistas, políticos, activistas, académicos, intelectuales y otra serie de personajes influyentes de la sociedad no quisieron juntar las piezas del puzle, y no hacerlo condenó a la realidad a ser amordazada por un relato ficticio. Por un mito. Pero las piezas estaban publicadas en los medios de comunicación y, en menor medida, en unos pocos y muy poco difundidos libros. Y esa es una de las cuestiones que pretendo demostrar.

El segundo motivo, no menos importante, es que, aunque efectivamente nuestros medios de comunicación sean los menos fiables de Europa y exista un marcado tabú sobre lo que acontece en las fuerzas armadas, o precisamente por ello, quería demostrar mediante un efecto sedimentario lo abrumador que la punta del iceberg castrense ha resultado ser; es como en la formación de una roca metamórfica, que no hace falta que todas las capas sedimentarias sean igual, ni tan siquiera que tengan la misma formación. Es más, estas varían año a año y en mayor medida cuanto mayor es el lapso temporal. De la misma forma, las publicaciones varían año a año y en mayor medida en función de cuál sea la fuente de la que procedan, pero igualmente siguen teniendo un innegable poder acumulativo. Las publicaciones, unas tras otras, se amontonan y la presión que someten a las capas anteriores tiene un poder extraordinario. No solo eso; a pesar de las marcadas inexactitudes de las mismas –especialmente en lo referente a la terminología militar y otros aspectos del mundo castrense, lo que no hace otra cosa que revelar el profundo desconocimiento que existe en la sociedad sobre lo que acontece en las fuerzas armadas–, lo cierto es que las referencias se amontonan unas tras otras y, algo más extraordinario aún, como ocurre con las capas sedimentarias, no es difícil encontrar patrones muy marcados en ellas que nos pueden ayudar a establecer con cierta claridad lo sucedido. Como un geólogo que analiza los sedimentos y concluye con gran exactitud el clima que aconteció en un determinado momento del pasado, aunque no pueda determinar, ni importe, el tiempo que hizo un día determinado.

Todos los casos analizados, sean de la naturaleza que sean, bien se trate de corruptelas, negligencias, abusos, acosos, privilegios, contrataciones, adquisiciones y cualquier otro elemento objeto de estudio, han demostrado cumplir de forma rigurosa y marcial un patrón que no creo que nadie se atreva a negar. Como el militar que desfila, indefectiblemente, paso tras paso. Se podrá cuestionar las partes, este o aquel sedimento, incluso la apreciación hecha de alguna capa, pero difícilmente se podrá dudar de la roca metamórfica resultante de la brutal acumulación de sedimentos. No se puede dudar porque está ahí y porque quien lo haga terminará partiéndose la crisma con ella, tarde o temprano.

Ocurre que muchos oficiales y, en menor medida, militares niegan la realidad, pero solo pueden hacerlo hasta que un accidente, una corruptela o un abuso les arrojan brutalmente contra la cruda realidad. Entonces, no queda nada del mito construido e introducido en sus mentes y en las de todos mediante una especie de trepanación macabra. No niego que existan oficiales buenos, y no digamos suboficiales o tropa, pero todos ellos, más cuanto mayor es la responsabilidad, son culpables de lo que acontece. Es cierto que he conocido algún coronel y algunos tenientes coroneles que debieron llegar mucho más alto y cuya postergación condenó en gran medida a la institución a ser regida por otros compañeros suyos infinitamente más mediocres y, lógicamente, más fieles. Pero ello no excusa su silencio ni su autoengaño, algunas veces impostado.

Usaré dos fragmentos de Fiódor Dostoyevski (Crimen y castigo) para aclarar la cuestión:

No quiero que me tenga por un monstruo, siendo así que, aunque usted no lo crea, mi deseo es ayudarle. Por eso le aconsejo que vaya a presentarse usted mismo a la justicia. Es lo mejor que puede hacer. Es lo más ventajoso para usted y para mí, pues yo me vería libre de este asunto.

Pero no funcionará porque existe

un procedimiento que, aunque no engaña a nadie, es siempre de efecto seguro. Me refiero a la adulación. Nada hay en el mundo más difícil de mantener que la franqueza ni nada más cómodo que la adulación. Si en la franqueza se desliza la menor nota falsa, se produce inmediatamente una disonancia y, con ella, el escándalo. En cambio, la adulación, a pesar de su falsedad, resulta siempre agradable y es recibida con placer, un placer vulgar si se quiere, pero que no deja de ser real.

Este libro, por otra parte, tiene también mucho de alegato, de ese que no pude presentar ante los muchos compañeros militares, sobre todo oficiales, que, como ya he comentado, negaron una y otra vez lo relatado en las novelas Un paso al frente (2014) y Código rojo (2015) por lo complejo de la franqueza y la comodidad de la adulación, de pensar que sirven en el Glorioso Ejército Español cuando realmente lo hacen en el Desastroso Ejército Español. Porque no cabe duda que lo que lo ha marcado en los últimos siglos han sido los desastres y no las glorias. Así pues, si efectivamente fuera mentira lo que cuento, te reto a ti, especialmente a ti, oficial de las Fuerzas Armadas, a que leas este libro y rebatas lo que en él se encuentra. Puede que llegues a conclusiones diferentes a las mías, puede perfectamente que no estés de acuerdo con el modelo de fuerzas armadas que propongo, pero solo si eres culpable de lo narrado en las dos primeras partes o tu nivel de fanatismo ha superado el umbral de la imbecilidad podrás negar los mencionados apartados.

Este relato también va dirigido a los miembros de la Sala V del Tribunal Supremo, ese que apreció que mis denuncias eran más graves que las amenazas del teniente general Mena en el año 2006; que negaron, por ignorancia o interés, que la verborrea del teniente coronel Ayuso, ultra declarado, había sido cosa de más de un episodio (ya se presentarán las pruebas de ello); en definitiva, que consideraron insultantes mis manifestaciones cuando lo realmente afrentoso es la gran cantidad de resoluciones suyas que sostienen el ingente disparate en el que se han convertido las Fuerzas Armadas. A estos magistrados, especialmente a los que forman parte de Jueces para la Democracia, les diría que la libertad de expresión nunca es afrentosa ni insultante y les invitaría a que leyeran la entrevista en la que Rosa Berganza, candidata a dirigir la Universidad Rey Juan Carlos, afirmaba que «nuestro sistema funciona como toda una red clientelar montada arduamente por el rector actual y por el anterior con unas prácticas al más puro estilo mafioso de amedrentamiento a la hora de levantar voces críticas o simplemente que no han permitido el diálogo ni el espíritu crítico sino todo lo contrario». Lo haría para recordarles que si esta persona no fue condenada por sus palabras, y no lo fue, no existe ninguna razón objetiva para que yo lo sea (mucho menos la disciplina o la Defensa Nacional) y para señalarles públicamente como lo que son: soldados de un régimen no menos mafioso y corrupto, el militar.

Luis Gonzalo Segura

El libro negro del Ejército español

portada-libro-negro-ejercito-seguraEl libro negro del Ejército español es el alegato público de un exteniente del Ejército de Tierra para demostrar todo aquello que lleva años denunciando y que la mayoría de la sociedad ha decidido ignorar: nuestras fuerzas armadas siguen siendo las de Franco, pero estandarizadas a niveles OTAN. Referencia tras referencia se podrá comprobar que existen patrones que demuestran de forma inequívoca la existencia de corrupción sistémica, abusos y acosos, privilegios anacrónicos, órganos de control cómplices y una cúpula militar negligente. Igualmente, quedará al descubierto la inoperante clase política, los medios de comunicación y periodistas censurados, y el lucro de las empresas y las entidades bancarias. La existencia hoy de estas fuerzas armadas demuestra inequívocamente que el relato de los últimos cuarenta años no es ni ha podido ser el que se sostiene oficialmente.

Pero El libro negro del Ejército español es mucho más que eso. Es el grito desesperado de miles de militares maltratados y expulsados, condenados a morir o resultar heridos por negligencias, obligados a sostener el edificio de corruptelas, abusos, acosos y privilegios y, finalmente, sometidos a una precariedad laboral, a una total ausencia de libertades y derechos y a una absoluta alienación más propia de una secta o una mafia que de una institución moderna. Además, es la denuncia clara y sin matices de los últimos veinte años, de las guerras neocoloniales de Irak y Afganistán, de los disparates armamentísticos, de las puertas giratorias, del submarino que no flota y los carros de combate almacenados y despiezados por falta de combustible, del delirio más absoluto que la mayoría de los civiles pudiera imaginar.

El libro negro del Ejército español es, en suma, el libro que nadie más quiso escribir.

 

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