No cierres los ojos Akal

Leverkühn

Como todos los años, la más importante cita del libro del mundo mundial se ha celebrado en Frankfurt, a la ominosa sombra del Banco Central Europeo, encarnación de los tenebrosos poderes que dictan el penoso discurrir de nuestra existencia, bajo continuas amenazas de rescates, primas de riesgo y una perpetua austeridad que hacen de las plagas bíblicas dulces ensoñaciones infantiles.

Foto: Giampaolo Macorig

La primera vez, Frankfurt impresiona, emociona, encoge el corazón. ¡Por fin uno se encuentra en ese “templo” donde se desgrana, en conciliábulos y reuniones de alta carga erudita, el futuro del libro! La segunda vez, y superada la fascinación del iniciado, uno empieza a percibir que derechos, adelantos y otras fruslerías monetarias ocupan el 95% de las reuniones (que sí, que me parece muy bien que este autor encaje a la perfección en tu proyecto intelectual, que, por supuesto, me parece del mayor interés, pero el de al lado, que es cierto que no tiene tanto pedigrí, ni presenta una trayectoria tan coherente, y es verdad que parece un poco gañán, me ha hecho una oferta irrechazable; pero no te preocupes que tengo otras obras [léase “sobras”] que encajarían a la perfección en tu catálogo). Sí, por supuesto hay excepciones, pero son eso, excepciones.

A partir de la tercera, la Feria, despojada de su halo romántico y convenientemente desmitificada, se muestra ya en su pura realidad, bien apegada a las terrenales leyes de la compraventa, que es para lo que sirve; y, por supuesto, como una gran cita social en la que editores de todo el mundo se encuentran una vez al año para felicitarse, lamentarse, congraciarse o, por qué no, traicionarse. Siempre se encontrará un interlocutor válido que sepa reconocer y compartir la emoción que uno siente cuando le presentan esa pequeña joya en forma de manuscrito o de incipiente proyecto que te hace temblar y que se te salten las lágrimas, pero no es nada infrecuente que, ante ese mismo entusiasmo, nos topemos con cierto estupor por parte de quien, como buen mercader, trata de colocar un libro tras otro con mecánica rutina, al margen de su interés intrínseco (para el vendedor, toda la mercancía ofrecida tiene el mismo valor).

Foto: Haags Uitburo

Y tras esta breve y descarnada introducción (ya hay suficientes panegiristas que se encargan de recubrir del conveniente halo de prestigio literario-ilustrado este acontecimiento eminentemente mercantil, en el que se dan cita el más exquisito ensayo al lado del más superficial y fungible de los productos), ¿qué es lo que ha ofrecido el evento celebrado a las orillas del Main en este otoño crepuscular? Ahí va una breve valoración, que no es cuestión de ser pesado:

–He podido constar “felizmente” que la abominable crisis que nos asola y amenaza no es patrimonio exclusivo de nuestro desdichado país. Editores italianos y franceses, por poner un ejemplo, pintaban un panorama tan apocalíptico que no te quedaba más remedio que darles una palmadita de consolación en el hombro. (“Cuentan de un sabio, que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que cogía…”. Eterna vigencia de los clásicos.)

–Pasear por el pabellón “español” y sus poco transitados pasillos constituye un bonito ejercicio de humildad.

–Pasear por los pabellones alemanes produce una malsana envidia (¿por qué el modelo de Reclam, por ejemplo, no tiene cabida en España?), además de deparar los más gratos descubrimientos.

–El mundo anglosajón sigue siendo el amo.

–¿Realmente hay público para tantas novedades? Mejor dicho, ¿realmente hay público para tantos títulos, colecciones, formatos que parecen clonados? ¿Por qué todos nos empeñamos en ofrecer más de lo mismo? ¿Dónde está la imaginación del sector editorial? (Sí, ya lo sé, en algunas pequeñas y medianas editoriales, pero no me basta.) ¿Por qué tengo la sensación de caminar hacia un mundo de títulos/temas franquiciados? Starbucks como metáfora de futuro.

–¿Y el libro electrónico y otras vanguardias digitales? Pues bien, gracias, pero sigo percibiendo más resignado escepticismo que jubiloso entusiasmo ante la gran revolución preconizada año tras año por los mesías de las nuevas tecnologías (su constancia tendrá premio y algún año acertarán).

–He amado, amo y amaré eternamente el libro como objeto, el tacto del papel, la belleza de la tipografía, el atractivo de una buena maqueta, la seducción de una portada.

Foto: Riding Damp

Un último apunte. En el transcurso de la Feria se conoció el nuevo premio Nobel de Literatura. Una magnífica noticia para el editor que lo publicaba en España… hasta ahora. Faltó tiempo para que su próximo libro cayera en manos de uno de esos grandes grupos que se caracterizan por la valentía y riesgo en sus apuestas editoriales. En fin, la vida sigue igual.

 

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