Enero de 1968: la primavera adelanta su presencia en Praga

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Alexander Dubcek, máximo dirigente de la primavera de Praga

Alexander  Dubček describió con detalle el suelo del que, años más tarde, brotó la primavera. Existía en Checoslovaquia una constitución nominalmente socialista pero no eran pocas las inconsistencias ni escasa la distancia entre la sociedad civil y las instituciones políticas «marcadas por las consecuencias de las ilegalidades de principios de los cincuenta». A ello se sumaba un notable estancamiento económico ocasionado por el masivo uso de procedimientos administrativos autoritarios y la sustitución creciente de las instituciones del Estado por órganos del Partido. Dubček destacaba, además, la enorme insensibilidad del KSČ para la convivencia nacional equilibrada de checos y eslovacos, la falta de consideración hacia jóvenes e intelectuales e incluso hacia las propias tradiciones culturales del país.

La renovación que poco a poco iba surgiendo en las ciudadanías checa y eslovaca fue, sin embargo, duramente reprimida, desde instancias oficiales, en discursos y polémicas partidistas. Así en un informe del Presidium del Comité Central que se difundió confidencialmente tiempo después, en marzo de 1968, se afirmaba que el principal problema político checoslovaco no era el autoritarismo, la alargada sombra del (neo)estalinismo, la omnipresencia burocrática o la eterna razón de Estado sino, por el contrario, la inadmisible radicalidad de una democracia excesiva y descontrolada. Una fractura abisal entre palabras oficiales y hechos sociales crecía aceleradamente.

La desestalinización en Checoslovaquia empezó propiamente a partir de los sesenta, bastante después que en la mayor parte de países del entonces llamado bloque socialista. Después de un duro periodo, la ciudadanía más crítica consiguió levantar cabeza y expresar su malestar. Giaime Pala ha recordado que fue aquel un tiempo de protestas obreras y campesinas y de manifestaciones ciudadanas de descontento. El gobierno reaccionó con medidas represivas, sin atender ni siquiera escuchar las demandas populares. Hubo durante este periodo una enorme efervescencia intelectual y cultural. Desde la narrativa de Kundera o Klíma, al grupo de filósofos y científicos encabezados por Radovan Richta, sin olvidar el cine de Forman y JirˇíMenzel, con sus Trenes rigurosamente vigilados. Pala ha recordado que el gobierno de Novotný llegó a impedir la distribución de ¡Al fuego, bomberos!, una película de Forman. La prohibición desencadenó una huelga general de los cuerpos de bomberos en todo el país, caso singular, sino único, en la historia social del cine.

A pesar de ello, las ansias de renovación se fueron extendiendo entre amplios y diversos sectores ciudadanos. En el VI Congreso de escritores checoslovacos celebrado en junio de 1967, se protestó abiertamente contra las prácticas autoritarias del Partido. Milan Kundera, el reconocido autor de La broma, se expresaba del siguiente modo en la sesión de inauguración:

Está muy claro que el florecimiento de nuestra producción artística se debe al clima de mayor libertad espiritual. De ella depende de manera vital el futuro de la literatura checa. Pero no bien se habla de libertad, hay quienes se alteran y objetan que la libertad de la literatura socialista tiene que guardar ciertos límites. Por supuesto, la libertad siempre tendrá límites, sin ir más lejos, los del saber, de la cultura, etc. El Renacimiento no se definió por la ingenuidad de su racionalismo (ésta vino a aparecer sólo en la perspectiva de los siglos), sino por una superación racionalista de los límites existentes. El Romanticismo fue definido por una superación de los cánones clásicos, superación necesaria para la renovación del contenido. Y el término «literatura socialista» sólo adquirirá sentido positivo cuando signifique una superación liberadora.

Ludvík Vaculík principal inspirador del «Manifiesto de las 2.000 palabras» y excluido del Partido tras su intervención en el congreso al igual que Ivan Klíma y Antonín Liehm, detenido y perseguido posteriormente tras la «normalización» de 1968, se expresó del modo siguiente, refiriéndose a los funcionarios del periodo del culto a la personalidad:

Gozaban de plena confianza gentes dóciles, que no creaban problemas, que no hacían preguntas. La persona más mediocre era la que tenía mejores posibilidades para ser elegida.

Rossana Rossanda ha recordado su visita a la capital húngara y a Praga en 1965, presidiendo una delegación de intelectuales comunistas. Después de su encuentro con Lukács y su visita a Budapest, la cofundadora de Il Manifesto apunta que ya entonces era evidente que la glaciación checoslovaca había empezado a resquebrajarse. Sus propias reflexiones sobre políticas culturales eran recibidas con agrado y acuerdo no disimulados por Kosík, Antonín Liehm, Novomesko y «el gigante Kundera, joven y timidísimo».

La torpe reacción de Novotný y el hecho de que la dirección del PCUS, con Brézhnev a la cabeza, no le apoyara claramente, posibilitaron los ansiados cambios políticos en el partido checoslovaco. A finales de diciembre de 1967, se reunió el pleno del comité central. Fue allí donde se produjo la primera confrontación entre la dirección oficial representada por Novotný y la corriente encabezada por el secretario general del Partido en Eslovaquia, la primera vez que desde los años veinte se declaraba en el seno del Comité Central del KSČ un enfrentamiento entre concepciones divergentes sobre temas en absoluto secundarios. La inicial manzana de la discordia fue el problema nacional eslovaco, pero, junto a él, pivotaron otros asuntos no menos esenciales: la necesidad de reformas económicas profundas y la urgencia de cambios democráticos reales en el funcionamiento de la propia organización partidista y de la mayoría de las instituciones del Estado.

El Pleno del Comité Central no llegó en esta ocasión a ningún acuerdo, convocándose un pleno extraordinario para el 3 de enero de 1968. Ese mismo día, tras una larga y dura discusión sobre si Novotný tenía o no derecho político y moral a permanecer como primer secretario del KSČ, una nueva dirección encabezada por Alexander Dubček tomaba democráticamente las riendas del Partido. De forma inesperada, la primavera, y con ella las esperanzas socialistas, renovadas y reforzadas, adelantaba su presencia en Praga.

De este trasfondo surgió, y amplió sus fuerzas, un fuerte movimiento partidista-ciudadano a favor de un nuevo estilo político, de nuevos contenidos programáticos, de búsqueda de proximidad entre el decir y el hacer, entre nuevas palabras y acciones creíbles.

La crisis, que estalló definitivamente en enero de 1968, tuvo tres momentos claves: el congreso de los escritores checoslovacos al que se ha hecho referencia, con su petición de puesta en práctica de las libertades políticas ciudadanas que reconocía la propia Constitución socialista del país; las manifestaciones estudiantiles del campus de Strahov y, finalmente, el tenaz e inteligente enfrentamiento de los comunistas reformadores con los sectores más inmovilistas, inflexibles y escasamente receptivos del Partido.

Poco después del pleno del Partido de enero de 1968 se levantó la censura en el país, se garantizaron los derechos políticos y la libertad de expresión y asociación. La democracia en serio, la participación ciudadana, las libertades políticas y el intento renovado, no meramente nominal, de construcción de una sociedad socialista, no eran polos opuestos de un cortocircuito insuperable.

Se produjeron transformaciones notables en el funcionamiento interno de la propia organización del KSČ. Se restableció el voto secreto, se situó a un representativo comité central por encima del secretariado y del politburó, y se acordó que el presídium, el máximo órgano de la organización, debía estar formado por miembros del Partido que no desempeñaran cargos gubernamentales de carácter general, plurinacional. En los que serían últimos días de la primavera, el Partido se encaraba a un proyecto de actualización de los estatutos que apareció publicado el 10 de agosto de 1968 en Rudé Právo, el periódico del comité central. El Parlamento volvió a adquirir funciones de control y vigilancia de los órganos del poder ejecutivo y de la administración. La policía política fue disuelta; las fuerzas policiales vieron limitadas sus funciones a la defensa del Estado y a la persecución, controlada institucionalmente, de los grupos y ciudadanos que atentaran contra su seguridad.

Se estaba intentando un cambio profundo, nada superficial ni aparente, del sistema político y de sus esenciales raíces y ramificaciones económicas, y el intento se estaba conduciendo, con claro y armónico apoyo ciudadano, desde la dirección de un reformado y más democrático partido comunista y desde las mismas instituciones del Estado surgido tras el triunfo de 1945.

El texto de esta entrada es un fragmento del libro “La destrucción de una esperanza”  de Salvador López Arnal

La destrucción de una esperanza

portada-la-destruccion-de-una-esperanzaAbril de 1968. El comité central del Partido Comunista Checoslovaco aprobaba el «Programa de Acción». El documento sintetiza los principios en los que debía basarse el socialismo de rostro humano que postulaban Dubček y la nueva dirección del partido. 20 de agosto de 1968, 11 de la noche. Con el beneplácito de los gobiernos de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia, Bulgaria y Hungría, 200.000 soldados y 5.000 tanques del Tratado de Varsovia atravesaron la frontera checoslovaca, entrando en Praga seis horas más tarde, a las 5 de la mañana del 21 de agosto de 1968.

El lógico, filósofo y traductor Manuel Sacristán (1925-1985), entonces miembro del comité ejecutivo del PSUC, dedicó tiempo y esfuerzos a reflexionar e intervenir teórica y políticamente sobre lo sucedido. La invasión y ocupación de Praga, el secuestro de sus dirigentes políticos, la aniquilación de aquel esperanzador intento de cambio democrático-comunista no falsario –que nunca renunció a las finalidades socialistas– constituyen un momento decisivo en la evolución política de Sacristán, un aldabonazo sobre las realidades interesadamente ocultadas tras el denominado «socialismo real» y sobre la urgencia de renovación del programa, de los procedimientos y de los objetivos de un marxismo político no entregado al poder inexpugnable de los agitadores del caos ni silente ante toda clase de barbarie.

La destrucción de una esperanza pretende dar cuenta de sus análisis y observaciones sobre este acontecimiento esencial de la historia del comunismo del siglo XX. Presentar y discutir los fundamentos teóricos de las posiciones de Sacristán, mostrar la evolución de sus hipótesis, dar cuenta del caudal de sugerencias para el futuro que fue capaz de formular en circunstancias nada fáciles y señalar el tronco democrático-republicano y socialista que él tan bien representaba, son los objetivos básicos de estas páginas.

La destrucción de una esperanza – Salvador López Arnal

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