Las ideas de Wallerstein sobre el sistema-mundo moderno, formuladas en la década de 1970, precedieron a la reflexión sobre la globalización, que la sociología no hizo suya hasta finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. Su obra se reconoce como una de las primeras y principales aportaciones al estudio de la globalización económica y sus consecuencias sociopolíticas.
En 1989 Wallerstein publica el tercer volumen de El moderno sistema mundial, en que continúa su magna obra del desarrollo histórico de su teoría. Él mismo nos aclara que había adoptado, deliberadamente, el concepto de periodos largos que se solapan:
El concepto de periodos temporales solapados resultó ser esencial para mis análisis. Porque los límites temporales, desde luego, son bastante arbitrarios y solo pueden justificarse en términos de la cuestión inmediata que se esté tratando.
Asimismo, la cronología de cada capítulo sigue su propia lógica interna, con la única condición de que permanezca hasta cierto punto dentro de los parámetros de los límites cronológicos del volumen. Un buen ejemplo de ello se encuentra en el volumen III. Mientras que el volumen en su conjunto concluye presumiblemente en la década de 1840, el capítulo III, sobre la incorporación, llega hasta 1850 (de acuerdo con su título) y, de hecho, va un poco más allá. Por otro lado, el capítulo IV, sobre la descolonización de América, abarca desde 1763 hasta 1833.
Si la época de finales del siglo XVIII y principios del XIX se reconoce generalmente como un periodo de expansión económica y geográfica de la economía-mundo capitalista, suele darse el crédito de ello a algo denominado «Revolución industrial», y con frecuencia algo llamado «Primera Revolución industrial» que presumiblemente tuvo lugar en Inglaterra. Desde el punto de vista analítico me pareció que esta concepción era débil por dos razones. Una es que no hubo, no pudo haber «revoluciones industriales» separadas en países diferentes. Si en efecto existió esa revolución, tuvo que ser un fenómeno de la economía-mundo capitalista como un todo. Y, segundo, aunque lo que ocurrió en ese periodo reflejaba en efecto una cresta ascendente de la mecanización y de la producción de valor mundial, la misma no fue más significativa que varias otras crestas previas y posteriores. Eso es lo que pretendía demostrar el capítulo I del volumen III.
El capítulo II se ocupa de la historia de la Revolución francesa. La voluminosa bibliografía respecto a este «acontecimiento» se divide en la actualidad entre los seguidores de la interpretación social (o clásica) que tan destacada ha sido durante largo tiempo, y los de la interpretación liberal (o revisionista) que adquirió tanta fuerza en el último tercio del siglo XX. Mi afirmación es que las dos interpretaciones son erróneas, ya que ambas centraron su atención en fenómenos que se consideraban internos de Francia y en los tipos de cambios que se produjeron en el Estado y en las estructuras económicas franceses. El argumento de este capítulo era que la Revolución francesa fue parte de, o consecuencia de, la última fase de la lucha franco-británica por la sucesión hegemónica –que fue ganada, desde luego, por Gran Bretaña– y que los cambios internos de Francia a resultas de la Revolución fueron mucho menos fundamentales de lo que suele afirmarse.
Uno de los resultados de esta lucha franco-británica fue la segunda gran expansión geográfica de la economía-mundo capitalista, en la cual cuatro grandes zonas fueron incorporadas a la división axial del trabajo: Rusia, el Imperio otomano, el subcontinente indio y África occidental. El argumento clave se refiere a lo que ocurre con una zona que ha estado previamente en el escenario externo cuando es incorporada como zona periférica de la economía-mundo capitalista. Las transformaciones de las estructuras tanto políticas como económicas en las cuatro zonas, a partir de estructuras existentes muy diferentes previas a la incorporación, parece haberlas llevado a las cuatro a tener estructuras más o menos similares como consecuencia de esa incorporación.
Por último, el capítulo IV se ocupaba, por primera vez, del concepto de la descolonización formal: por qué se produce y por qué está vinculada con la aparición de una nueva potencia hegemónica. Pero sostuve asimismo que la descolonización de América fue de «pobladores», y no la reanudación, por parte de los pueblos indígenas, del control de su propia vida. La única excepción fue Haití, y allí traté de demostrar por qué y cómo Haití fue aislado y en gran medida destruido económicamente, precisamente porque no fue una descolonización de pobladores.
Según Wallerstein los procesos cíclicos que se daban dentro de la economía mundo capitalista conducían repetidamente a situaciones en las cuales, para poder mantener los bajos costos de producción de los bienes periféricos, se hacía necesario involucrar en la economía mundo nuevas regiones, es decir, «incorporarlas» dentro de la división del trabajo.
El proceso de incorporación podía encontrar resistencia. El desarrollo tecnológico de la economía-mundo capitalista, que en sí mismo era un proceso interno de ese sistema, conducía, con el tiempo, a fortalecer la capacidad militar de los Estados fuertes de la economía-mundo en comparación con la capacidad militar de partes de la arena externa. Así, por ejemplo, mientras que en el siglo XVI la fuerza militar paneuropea era insuficiente, tal vez, para «conquistar» la India, para finales del siglo XVIII la situación había cambiado.
La economía-mundo capitalista expandió sus fronteras como sistema, de manera espectacular, en el periodo que se analiza en este volumen, y Wallerstein cuenta su historia, describiendo a qué nuevas regiones involucró y cómo llegaron a estar sometidas a esta expansión.
- El moderno sistema mundial III. La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850
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