No cierres los ojos Akal

Cuando Wallerstein quiere narrar la historia del largo siglo XIX se basa en los análisis realizados en los tres primeros volúmenes. El moderno sistema-mundo había sido una economía-mundo capitalista desde el largo siglo XVI. Gran Bretaña fue la potencia hegemónica a mediados del siglo XIX. Los límites efectivos del moderno sistema-mundo se habían expandido, aunque aún no incluía la totalidad del globo. La tercera y última expansión habría de producirse a finales del siglo XIX y principios del XX.

portada-sistema-mundo-ivWallerstein escoge centrarse en este volumen, en lo que le parecía novedosos del largo siglo XIX. A este elemento nuevo le denomina el «triunfo del liberalismo centrista». No es el primero en observar la fuerza del liberalismo como ideología en el siglo XIX, pero su enfoque de esta cuestión es algo diferente a la de otros especialistas. Revisa la difícil historia terminológica del término «liberalismo» y la confusión que sus usos ambiguos han creado. Para atender esta tarea tenía que plantear, antes que nada, que había algo que todavía no se había alcanzado en el desarrollo histórico del moderno sistema-mundo: la creación de la que denomina su geocultura. Por geocultura entiende valores muy ampliamente compartidos por todo el sistema-mundo, tanto explícitamente como latentemente.

Hasta el largo siglo XIX, había habido una disyunción entre la economía política del sistema-mundo y su retórica discursiva. En este libro Wallerstein sostiene que fue el impacto cultural de la Revolución francesa el que hizo imperativo superar esta distribución por medio del desarrollo de las tres principales ideologías del moderno sistema-mundo: el conservadurismo, el liberalismo y el radicalismo.

Immanuel Wallerstein:

Cuando llegué al volumen IV, que había planeado fuese la historia del «largo» siglo XIX, me enfrenté con dos problemas. A medida que avanzamos cronológicamente la geografía del sistema-mundo se ensancha, lo que aumenta la cantidad de material que debe tomarse en consideración. Pero el volumen de bibliografía especializada, incluso con respecto a un solo país, se ha expandido por lo menos aritméticamente, y es probable que geométricamente. Esto plantea un verdadero problema de tiempo de lectura y de dificultades de síntesis. Tal vez esta sea mi débil excusa por haber tardado tanto en terminar el volumen IV. (La otra parte de la excusa es que, a medida que pasaba el tiempo, me fui involucrando más en muchas otras actividades intelectuales que competían con el tiempo de que disponía para redactar el volumen IV.)

El segundo problema fue decidir cuál sería el tema central de este volumen. En vista de mis análisis previos, no podía ser la Revolución industrial; tampoco la creación de un sistema capitalista, ya que creía que esto había sucedido antes. Asimismo, no podían ser las grandes revoluciones democráticas, ya fuesen al estilo francés o al estadounidense, puesto que pensaba que el papel de ambos tipos de revoluciones era muy diferente del que, por lo general, se les atribuye. Decidí que el acontecimiento clave tenía que ubicarse en las consecuencias culturales de la Revolución francesa para el moderno sistema-mundo como un todo. Lo concebí como la creación de una geocultura para el sistema-mundo, es decir, un conjunto de ideas, valores y normas que fue ampliamente aceptado en todo el sistema y que, a partir de entonces, restringió la acción social.

Como verá el lector, considero que la Revolución francesa había legitimado el concepto de la normalidad del cambio político y de la idea de que la soberanía no yacía en el soberano, sino en el pueblo. Las consecuencias de este par de creencias eran múltiples. La primera fue la creación, como reacción a estos conceptos recién difundidos, de las tres ideologías modernas: conservadurismo, liberalismo y radicalismo. El argumento del volumen en su conjunto es que el liberalismo centrista logró «domesticar» a las otras dos ideologías y emergió triunfante en el curso del ciclo. Esto adoptó luego la forma de privilegiar la creación de estados liberales, antes que nada en los dos estados más fuertes de la época, Gran Bretaña y Francia. Además tomó también la forma de estimular la creación y de limitar el impacto de los principales tipos de movimientos antisistémicos (un concepto nuevo que se trata aquí). Es aquí donde me ocupo de los avances permitidos por el concepto de ciudadanía y de las ilusiones relativas al alcance de esas ventajas. Y, finalmente, tomó la forma de estimular y restringir la formación de las ciencias sociales históricas. Toda la narrativa va desde 1789 hasta 1914, o tal vez sería mejor decir que va desde 1789 hasta 1873/1914.

Me llevó cierto tiempo darme cuenta de que este énfasis implicaba que tres historias que quería narrar en este volumen deberían ser pospuestas hasta el volumen V. Eran la rebatiña por África y el ascenso de los movimientos de liberación nacional; la rivalidad económica y política entre Estados Unidos y Alemania por suceder a Gran Bretaña como potencia hegemónica y el triunfo, en última instancia, de Estados Unidos, y la incorporación del este de Asia, su periferización y su resurgimiento a finales del siglo XX.

Las tres historias tenían su inicio en algún punto a mediados del siglo XIX. Pero no había manera de contarlas como si terminasen de alguna manera en 1914. La historia del siglo XIX estaba vinculada íntegramente con su continuación en el siglo XX. El año 1914 no representó un punto de inflexión para ninguna de las tres per se. La parte esencial de cada historia se ubicaba en una amplia curva de ascenso y decadencia o decadencia y ascenso. De cualquier manera decidí que cada una de ellas era una historia del «largo» siglo XX, una historia del siglo estadounidense, no del siglo británico. Así que le ruego al lector sea indulgente y paciente.

El liberalismo centrista triunfante, 1789-1914 muestra las consecuencias políticas, económicas y culturales de la Revolución francesa que han configurado nuestro escenario geopolítico actual tales como el concepto de ciudadanía y derechos universales, la soberanía popular, la lucha feminista y la antirracista, la normalidad del cambio político, todas ellas cuestiones que resuenan en nuestra sociedad. Partiendo de la cuestión de cómo el liberalismo centrista logró «domesticar» al resto de ideologías, analiza cómo este se consolida como principio rector de nuestro sistema-mundo.

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