El Nilo era el principal medio de comunicación y transporte en las dos realidades geográficas que existieron en Egipto: el Alto y el Bajo Egipto.
El Alto Egipto
El Alto Egipto (Ta-shema; Ta = tierra; shema = estrecho), es un valle aluvial donde la franja de tierra cultivable en ambas orillas variaba entre 3 y 12 kilómetros de extensión, siendo su emblema la caña, la primera planta que en las regiones cálidas brota en los ríos después de una sequía. Entre Elefantina –el nomo más meridional– y Tebas, el valle está más encajonado, por lo que sus nomos dependían en mayor medida del nivel de las crecidas. De estos nomos proceden la mayoría de los textos relativos a hambrunas. En las cercanías de Asiut, en el Egipto medio, comienza el Bahr Yusuf, un brazo del Nilo que acaba en el lago del Fayum, para volver a estrecharse el valle del Nilo entre el Fayum y Menfis.
El origen y prosperidad de algunos nomos está en relación con su ubicación y relación con las rutas comerciales que, a través de los uadis, se adentraban en el interior del desierto o llegaban al mar Rojo. Este pudo ser el caso de Tebas, que controlaba las rutas más cortas y directas al mar Rojo y a los oasis de Kharga y Dakhla. En el caso de Elefantina, su prosperidad radicó en ser la localidad fronteriza con Nubia, de donde partían –y llegaban– las expediciones comerciales y militares, sin olvidar su cercanía a las canteras de granito y diorita. Otros lugares, ubicados en la región más fértil, siempre tuvieron una importancia religiosa; es el caso de Abidos, la ciudad de Osiris; de Hierakómpolis, la ciudad de Horus, de donde partió el proceso unificador de Egipto a finales del IV milenio, y que siempre mantuvo una estrecha relación ideológica con la realeza. Una región en la que las relaciones se limitaban a los oasis del desierto occidental, al mar Rojo o a Nubia, mundos distantes y poco habitados, por lo que el Alto Egipto fue siempre la región más tradicional de Egipto. Sus recursos se basaban en el cultivo de cereales, la pesca y la explotación de los desiertos, donde los egipcios no solo obtenían materias primas; también ganado, que era trasladado a recintos cerrados para su explotación y utilización en los rituales de los templos.
El Bajo Egipto
El Bajo Egipto (ta-mehu; Ta = tierra; mehu = papiro), de paisaje más abierto, mantuvo contactos con el Levante desde tiempos protodinásticos. Al Delta oriental llegaban las caravanas comerciales, las poblaciones ganaderas en busca de pastos, y grupos nómadas que buscaban asentarse. En los textos posteriores a los periodos intermedios son habituales las referencias a la llegada de asiáticos durante los mismos, siendo una de las primeras acciones que dicen realizar los reyes que reunifican Egipto el proceder a su expulsión y a proteger las fronteras, expresiones que deben examinarse desde la óptica de la justificación política e ideológica y no entenderse en el sentido de que el Delta oriental fue una constante fuente de inestabilidad. Un Delta oriental donde comenzaba el Camino de Horus, utilizado por las expediciones comerciales y militares para acceder al Levante, y en el que existían pequeños enclaves y fortalezas que servían de descanso y protección. La realidad del Delta occidental era opuesta; era la frontera con los libios (tjehenu) –término que quizá deba entenderse como «tierras y poblaciones que habitan el desierto occidental»–, quienes solo constituyeron una amenaza para Egipto desde comienzos de la XIX dinastía; Ramsés II erigió una serie de fortalezas que no pudieron impedir su posterior entrada en Egipto.
Asentamientos en el Bajo Egipto
El principal problema del Delta es el asentamiento, realizado en geziras, pequeñas elevaciones en el terreno. Su principal actividad económica fue la ganadería, pero también la caza de aves que migraban anualmente y la pesca, junto a cultivos como la vid que fueron introducidos desde el Levante. Un Delta que representa el 63 por 100 de la tierra habitable y que en la actualidad tiene dos ramificaciones, el brazo Rosetta y el Damieta, pero que en época ramésida tenía cinco, cuyo curso era cambiante debido a las deposiciones del Nilo y la nula inclinación del terreno, lo que explica el abandono de algunos asentamientos y el desarrollo de otros. Este fue el caso de Avaris (Tell el-Dab’a), capital de los hicsos durante el Segundo Periodo Intermedio y que, en tiempos de Ramsés II, debió ser abandonada por Qantir, la bíblica Pi-Ramsés, que a su vez fue abandonada a comienzos del Tercer Periodo Intermedio por Tanis. Igualmente, debemos tomar en consideración que ciudades como Buto o Tell el-Dab’a, actualmente en el interior del Delta, fueron en la Antigüedad prósperos puertos.
Una red de brazos y canales, pues, que también eran un obstáculo para las comunicaciones y donde las enfermedades pudieron ser más frecuentes debido a una mayor humedad y a inviernos más fríos y lluviosos, aunque no sabemos si enfermedades como la malaria llegó a ser endémica. La costa mediterránea era muy pantanosa y, en los textos, la expresión «gran verde» (wadj wer) puede referirse a los lagos y lagunas del Delta, pero también al Mediterráneo, aunque esto último es objeto de debate: en ocasiones se afirma que podía ser atravesado a pie. Muchos de los nombres y divinidades de sus nomos están relacionados con el ganado.
Concepción dual
Dos realidades geográficas que, en definitiva, pertenecían a una misma entidad geográfica y cultural, aunque en tiempos protodinásticos tuvieran dinámicas culturales distintas y el medio geográfico fuera tan diferente. Estos contrastes se plasmaron en la concepción dual característica del mundo faraónico, con coronas, dioses y emblemas para cada entidad pero que, reunidos, resaltaban el poder del rey sobre el conjunto de Egipto. Los textos también mencionan diferencias entre ambas regiones –como la confusión que un hombre del Delta podía sentir en Elefantina–, reflejo de una realidad en la que cada región presentaba dinámicas y manifestaciones particulares.
El texto y las imágenes de esta entrada son de un fragmento del libro: “Introducción al antiguo Egipto” de Antonio Pérez Largacha y Amparo Errandonea
Introducción al antiguo Egipto – Antonio Pérez Largacha – Akal
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