No cierres los ojos Akal

Publicado el 27 de mayo de 2010 en La Voz de Galicia

Cuando una empresa ofrece un producto, ha de garantizar su calidad. En el caso de los servicios públicos, financiados por sus propios destinatarios, esa garantía no es sólo una cuestión comercial sino moral y política, por cuyo incumplimiento han de exigirse responsabilidades.

Un mal ejemplo que seguir en este caso es el que están dando las universidades públicas españolas y su oferta de másteres, títulos cuyo prestigio parece venir dado por la palabra inglesa. El máster debería ser el segundo nivel de la enseñanza universitaria en el sistema llamado de Bolonia, pero ya proliferan estos títulos por todo el país.

La implantación acelerada de los másteres antes del desarrollo de los grados ha estado promovida por el Gobierno central, las comunidades autónomas y las universidades, unánimes para reconocer que lo segundo siempre viene antes que lo primero. Todos presionan a los profesores para que los organicen atropelladamente, con el fin de recaudar cada vez más dinero y de conseguir un supuesto prestigio cosmopolita que deriva de tener un título con un nombre en inglés.

Saben alumnos y profesores que la mayor parte de los másteres no tienen ninguna validez en el mercado, que repiten contenidos de las licenciaturas hasta en dos tercios, que a veces no tienen tema sino que superponen los temas que los profesores eligen, pero, eso sí, cuestan mucho dinero, un dinero que solícitos bancos se muestran dispuestos a prestar con el aval de las universidades.

El problema no es sólo que muchos másteres son mercancías de elevado precio y sin garantía sino que algunos han pasado a ser obligatorios, violando disposiciones legales vigentes. Me refiero al máster de Profesorado o al máster en Derecho que se avecina.

Dicen las leyes en sus disposiciones transitorias que hasta septiembre del 2015 los alumnos pueden cursar sus licenciaturas y que ellas los capacitan para ejercer su trabajo, y que a los funcionarios no se les pueden exigir los títulos de Bolonia hasta que estén plenamente implantados. Pero las normativas dicen otra cosa. Dicen que los títulos de licenciado en Medicina y Arquitectura actuales ya son másteres en sí mismos, mientras que los de ingeniero no, aunque su número de créditos es igual al de los másteres de Bolonia.

Dicen las normas que los títulos de humanidades y ciencias no capacitan para enseñar a los licenciados en el nivel secundario, aunque sí en el primario y el universitario, y que los abogados a partir del 2012 no podrán ejercer su profesión si no tienen un máster, aunque se hayan licenciado con el plan de estudios que a otros sí permite trabajar. Parece ser que el título de licenciado que se expedirá hasta el 2015 ha quedado vacío de su valor en la mayor parte de los casos, para favorecer la loca carrera de implantación de másteres de calidad media o baja, caros y laboralmente inútiles. Quizá las universidades, tal como hacen las empresas, deberían hacer constar esto en la etiqueta con la que pretenden vender sus productos a padres preocupados y alumnos desorientados.

El texto de esta entrada de José Carlos Bermejo Barrera es un fragmento del libro “Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad”  pp. 318-320.

 Rectores y privilegiados. Crónica de una universidad

Las universidades españolas son un auténtico agujero negro de la información. Todas las noticias acerca de ellas salen directamente de sus gabinetes de prensa o de las declaraciones públicas de su rectores, quienes, junto con las autoridades políticas autonómicas y estatales, por una parte, desarrollan un discurso autocomplaciente que llega al esperpento y, por otra, no cesan de pedir dinero, dando a entender que esa supuesta falta de dinero es el único problema de unas universidades perfectas, en las que no se ha conocido ningún caso de corrupción económica o política, precisamente en un país en el que la corrupción alcanza a todas las instituciones, desde la monarquía hasta los ayuntamientos, los partidos y todos los sectores económicos.

portada-rectores-privilegiadosEl logro de la opacidad absoluta de las universidades ha sido posible gracias al muro protector que han construido los rectores, quienes tienen a la vez el poder ejecutivo, el legislativo –ya que las universidades hacen cientos de normas que a veces contradicen las leyes superiores– y el judicial –un rector puede juzgar a su personal nombrando jueces instructores que son sus subordinados–. Los rectores son los únicos cargos públicos que resuelven ellos mismos los recursos contra sus propias resoluciones y contra las normativas que aprueban en sus órganos de gobierno, por lo que su poder es omnímodo y no es contrarrestado por los profesores –a los que se ha dividido en una competición cainita constante por los méritos y el dinero–, ni por unos alumnos desmovilizados que no son capaces de comprender el galimatías normativo y son manipulados en el mundo complejo y barroco de los órganos de gobierno en los que ya no quieren entrar.

Nadie ha descrito una universidad por dentro, con nombres, problemas económicos y administrativos, con sus falsas verdades y su discurso sobre sí misma. En este libro se ofrece, a través de pequeños ensayos perfectamente estructurados, la vida de la Universidad de Santiago de Compostela,  que no es una universidad menor ni marginal, sino una de las mejor situadas en los ránkings de prestigio científico en campos como las Matemáticas, las Humanidades, la Física, la Química y las Ciencias de la Salud. Una denuncia que, más allá del caso concreto, pone de manifiesto la diferencia entre la triste y desalentadora realidad de la institución universitaria y la imagen que quiere dar de sí misma ante la opinión pública.

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