China Miéville
Nieve húmeda sobre calles oscuras: el distrito de Lesnoi, en el norte de Petrogrado. Un frenético perro San Bernardo ladra, alertando de unas sombras que se deslizan en la oscuridad. Cada figura se perfila fugazmente, luego desaparece. Con cada ladrido pasa otra figura, hasta que finalmente más de veinte líderes bolcheviques están dentro del edificio donde se reúne la Duma del distrito.
Era el día 16. Ekaterina Alekseeva, empleada como limpiadora del edificio, era miembro de los bolcheviques del distrito. El presidente del partido, Kalinin, le había asignado una misión. Le había ordenado que preparara esta reunión secreta. Cuando la ansiedad del vigilante canino se hizo excesiva, Alekseeva salió y trató de calmarlo. Sería una larga noche.
Los bolcheviques habían llegado a través de una cadena de contraseñas, disfrazados, a un lugar no revelado hasta el último instante. Se acercaba el comienzo de la reunión, y ante la falta de asientos, algunos se sentaron en el suelo.
Lenin fue uno de los últimos en llegar. Se quitó la peluca, se sentó en la esquina, y se lanzó a otra apasionada y desesperada defensa de su estrategia. Habían intentado llegar a un acuerdo. No es que el sentimiento popular no estuviera listo para la acción; lo que ocurría es que era proteico, volátil. Estaban esperando. Las masas habían «otorgado a los bolcheviques su confianza, y exigían de ellos no palabras, sino hechos».
Todos los que estuvieron allí coincidieron en que este era uno de los mejores momentos retóricos de Lenin. Sin embargo, no pudo despejar todas las dudas.
Respecto a los miembros de la OM, esos escépticos de última hora, Krylenko se mantuvo cauto. Volodarski se aventuró a decir que, si bien «nadie está saliendo a las calles… Todo el mundo respondería a una llamada del Soviet». Desde el distrito de Rozhdéstvenski llegaban «dudas… sobre si [los trabajadores] se alzarán». Desde el distrito de Ojta: «Las cosas están mal». «Las cosas no van demasiado bien en Krásnoe Seló. En Kronstadt, la moral ha caído». Y Zinóviev albergaba «grandes dudas de que esté asegurado el éxito de un alzamiento».
Continuaron sucediéndose argumentos ya familiares. Finalmente, mientras la nevisca continuaba en el exterior, los bolcheviques llevaron el asunto a votación.
Lo que deseaba Lenin era un respaldo formal a su anterior decisión, uno que dejara abierta la forma y el calendario preciso de la insurrección, aplazándolos al CC y a la decisión del Soviet de Petrogrado y el Comité Ejecutivo Panruso. Zinóviev, por el contrario, pidió que directamente se prohibiera que la organización preparara un alzamiento antes del Segundo Congreso, programado para el 20, momento en el que sería consultada toda la fracción bolchevique.
Para Zinóviev: seis votos a favor, quince en contra, tres abstenciones. Para Lenin: cuatro abstenciones, dos en contra, y diecinueve a favor.
Para quién fue el voto que falta, es un misterio de la historia. En todo caso, el resultado era favorable a la revolución: por un gran margen. Aunque el calendario todavía estaba por debatir, por segunda vez en una semana los bolcheviques habían votado a favor de la insurrección.
Un angustiado Kámenev jugó una última carta. Esta decisión, dijo, destruirá a los bolcheviques. En consecuencia, presentó su dimisión del CC.
En lo profundo de la noche, se finalizaba la sesión y los bolcheviques se dispersaban, dejando sola a Alekseeva frente a un increíble desorden.
Una nota sobre las fechas
Para el estudiante de la Revolución rusa, el tiempo está literalmente fuera de quicio. Hasta 1918 Rusia utilizaba el calendario juliano, que se retrasa trece días respecto al calendario gregoriano moderno. Al igual que el relato de los protagonistas, inmersos en su tiempo, este libro sigue el calendario juliano, el que usaban entonces. En una parte de la literatura sobre la cuestión puede leerse que el Palacio de Invierno fue tomado el 5 de noviembre de 1917. Pero aquellos que lo asaltaron lo hicieron el 26 de su octubre, y es su Octubre el que refulge, como algo más que un mes. Diga lo que diga el calendario gregoriano, este libro está escrito a la sombra de Octubre.
Octubre. La historia de la Revolución rusa
En una visión panorámica, desde San Petersburgo y Moscú hasta las aldeas más remotas de un imperio inabarcable, Miéville desvela las catástrofes, intrigas y fenómenos inspiradores de 1917, en toda su pasión, dramatismo e incluso extrañeza. Afrontando los debates clásicos, pero narrado también para el lector que se asoma por primera vez a esta temática, esta es una asombrosa historia de la humanidad en su punto más grandioso y más desesperado; un antes y después civilizatorio que todavía reverbera hoy en día.
«Tiene todos los ingredientes de una novela, y la narrativa de Miéville se desarrolla hacia su crescendo mientras los bolcheviques se preparan para tomar el poder»
Boston Globe
«Miéville revisa los extraordinarios desacuerdos, debates y debacles que acompañaron a los rusos en cada paso del camino de la revolución»
Christian Science Monitor
«La comprensión de Miéville de las complejidades y los absurdos subyacentes de la política partidaria es inigualable … Un libro rico y convincente»
Dallas Morning News
Octubre. La historia de la Revolución rusa – China Miéville – Akal
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