No cierres los ojos Akal

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El 5 de mayo de 1818 nacía en Tréveris una de las mentes más brillantes que nos dio el siglo XIX y que determinarían la política y la concepción de la sociedad desde entonces. Filósofo, economista, sociólogo, militante revolucionario, Karl Marx realizó el análisis más relevante del capitalismo, sintetizó el idealismo y el materialismo con la economía política y la investigación de la sociedad. Autor complejo, poliédrico, sus ideas ganaron una rápida aceptación en el movimiento socialista y sus textos se consagraron como lectura ineludible para cualquier tendencia ideológica.

A su puño y pluma le debemos obras como La sagrada familia (1844), La ideología alemana (1845-1846), El manifiesto comunista (1848), Grundrisse. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (1857-1858) o el libro primero de El capital. Crítica de la economía política (1867), textos que han alcanzado el estatus de referencia universal y que deberían ser lectura imprescindible para una correcta comprensión del presente y del lugar que ocupa la sociedad en el capitalismo.

Pero, si hubiera que destacar dos ideas que especifiquen el pensamiento de Marx del resto de filósofos del siglo XIX y que resultan definitivamente urgentes para el presente, sin duda serían la de la necesidad de transformación del mundo y la de clase obrera en tanto que sujeto revolucionario, ambas cuestiones sencillas de comprensión, pero complejas de mantener como norte. La primera de ellas se ve claramente formulada en la decimoprimera de las Tesis sobre Feuerbach, incluidas en La ideología alemana:

Los filósofos se han limitado a interpretar de distintos modos el mundo; de lo que se trata es de transformarlo.

Esta idea es un criterio que pocas veces tenemos en mente para valorar lo que leemos, oímos o hacemos. Los análisis, por sesudos y acertados que puedan resultar, si conducen a la desmovilización y detienen la acción política, resultan del todo vacuos y superfluos; es decir, si la teoría no llama a la acción, si no propicia una práctica, es totalmente inútil y hay que evitarla. Únicamente el pensamiento que conduce a la transformación es el válido.

El segundo de estos ejes, recorre El manifiesto comunista, como el fantasma lo hacía por Europa. Como ejemplo, podemos citar:

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle la muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, […] desarróllase también el proletariado […].

Esto es, que del mismo modo que la burguesía fue capaz de unirse, empuñando sus propios intereses y defendiéndolos hasta sus últimas consecuencias, consiguieron derribar el sistema de producción y la sociedad feudal, pero que también permiten a otros, a los explotados, imitar ese modo de lucha para poder combatir el capitalismo.

Ambas ideas, la del valor de la acción y la de la posibilidad de tomar conciencia en torno a unos intereses colectivos, son dos de los focos que Marx nos legó y que resultan escandalosamente actuales. El presente debe de tomarlas como guía para combatir la brecha que divide nuestra sociedad y aumenta la desigualdad, y para conducir nuestros pasos hacia una sociedad emancipada con una auténtica democracia en la que cada persona sea realmente libre.

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