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Hasta ahora ha habido tres poderes hegemónicos en la historia del sistema-mundo moderno. Las Provincias Unidas de los Países Bajos fueron brevemente la potencia hegemónica a mediados del siglo XVII, desde 1648 hasta el decenio de 1660. El Reino Unido fue el poder hegemónico durante un lapso ligeramente mayor en el curso del siglo XIX, desde 1815 hasta 1848 o tal vez un poquito más. Estados Unidos fue potencia hegemónica a mediados del siglo XX, de 1945 a 1967/1973.

Después de la hegemonía holandesa las dos potencias que contendieron por la sucesión fueron Inglaterra y Francia. Tras la hegemonía británica los dos poderes fueron Estados Unidos y Alemania. Después de la hegemonía estadounidense los dos poderes fueron una estructura emergente en el noreste de Asia (Japón-Corea-China) y una Unión Europea todavía estabilizada solo en parte.

 Immanuel Wallerstein

portada-moderno-sistema-mundial-2Ocho años después de que Wallerstein concluyese el volumen I de su obra El moderno sistema mundial, en 1980 publica el segundo volumen cuyo título es El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750. En el volumen I planteó el argumento básico de la obra en su conjunto y concluyó con un repaso de las transformaciones durante el largo siglo XVI: la economía-mundo capitalista existió solo en una parte del globo, esencialmente en Europa occidental y algunos lugares de América. El volumen II es la historia de la consolidación de la economía-mundo europea en un período que va de 1600 a 1750 y procura explicar cómo respondieron los capitalistas de diferentes zonas de la economía-mundo al fenómeno del crecimiento lento global.

Cada volumen, y cada capítulo dentro de un volumen, versa sobre un tema. Cada volumen estaba destinado para poder ser leído por sí mismo pero también, al mismo tiempo, para ser parte de una obra mayor. Wallerstein decidió ir llevando la historia más o menos cronológicamente, introduciendo aspectos estructurales del moderno sistema-mundo cuando se produjeron por primera vez o cuando se volvieron evidentes de manera significativa. Un tema nuevo e importante que se desarrolla en este segundo volumen es el concepto de hegemonía.

El concepto de hegemonía en una economía-mundo

Una potencia hegemónica es algo muy diferente de un imperio-mundo. La superestructura política de una economía-mundo no es un imperio burocrático, sino un sistema interestatal compuesto por estados pretendidamente soberanos. Y un estado hegemónico no es simplemente un estado fuerte, ni siquiera el estado más fuerte dentro del sistema interestatal, sino un estado significativamente más fuerte que otros estados fuertes (fuertes, no débiles). Es un estado que es capaz de imponer su conjunto de reglas al sistema interestatal y crear así un orden político mundial como le parezca prudente. En esta situación el estado hegemónico tiene ciertas ventajas adicionales para las empresas que se encuentran dentro de él, o que son protegidas por él, ventajas que no son concedidas por el «mercado», sino obtenidas por medio de presiones políticas.

La lenta pero inevitable decadencia del poder hegemónico

Las potencias hegemónicas decaen porque no pueden sostener para siempre su virtual monopolio del poder geopolítico mundial. Esto se debe a que, al cuidar sus intereses económicos, terminan por socavar, en algún momento, sus ventajas económicas. Y al proteger la conservación de su poder político-militar llegan a socavar su poder político-militar.

Como parte de sus esfuerzos por conservar el orden mundial que ha establecido, la potencia hegemónica empieza a invertir demasiado en estructuras militares. Va descubriendo que, de vez en cuando, tiene que usar de hecho sus fuerzas militares, lo cual es costoso y desvía las finanzas de las inversiones económicas.

Es verdad que en este periodo la potencia hegemónica sigue teniendo un inmenso poder militar. Pero en el período de hegemonía verdadera pocas veces requirió usarlo, porque todos daban por sentado que existía y que era abrumador. En el periodo de declive empieza a tener que utilizarlo, e incluso si gana las luchas militares, el mismo uso del poder militar socava su efectividad a largo plazo. Significa que otros están atreviéndose a cuestionar militarmente al poder hegemónico. Y un atrevimiento conduce a otro.

El equilibrio del poder

Parece haber ciertos patrones en lo que ocurre a medida que ambos contendientes por la sucesión hegemónica ganan en fuerza y asertividad. En cada caso, hasta ahora, un contendiente ha estado basado primordialmente en la tierra y el otro primordialmente en el mar (u hoy en el mar y en el aire). Y en los dos primeros ciclos hegemónicos el poder basado en la tierra procuró obtener el dominio transformando la economía-mundo en un imperio- mundo. Napoleón procuró conquistar toda Europa y Hitler trató de conquistar el mundo. En respuesta, la potencia con base en el mar procuró convertirse en un poder, no imperial, sino hegemónico.

Para lograrlo, los poderes con base en el mar construyeron grandes alianzas y, en primer lugar, una alianza con el que fuera hasta entonces el poder hegemónico: Inglaterra con las Provincias Unidas, Estados Unidos con Gran Bretaña. Por analogía cabría esperar que la estructura del noreste de Asia busque una alianza con Estados Unidos. En los dos casos previos el poder antes hegemónico se convirtió en el socio minoritario de la potencia marítima (o marítima/aérea) en ascenso.

Al principio el poder ascendente basado en el mar solía no tener un ejército terrestre significativo, que solo habría de constituirse en una etapa posterior. La ausencia de ejército en esta fase temprana tenía una ventaja clara: ahorraba muchísimo dinero, dinero que se invertiría en la infraestructura económica del país, permitiéndole ganar la lucha crucial por ser el poder más competitivo en la esfera de la producción para el mercado mundial.

En los dos casos previos la ventaja productiva llevó a una ventaja comercial, que a su vez condujo a una ventaja financiera. El punto en el cual la potencia en ascenso contó con esas tres ventajas es el que corresponde al momento de la verdadera hegemonía. En este volumen se analiza esta secuencia para el caso holandés. También ocurrió, como se describe en relación con los holandeses, y como volvería a pasar con los británicos, que la decadencia repitió el mismo orden: el poder hegemónico en declive perdió primero su ventaja productiva, luego su ventaja comercial y protegió durante más tiempo su ventaja financiera.

El proceso de decadencia no resulta desastroso para la potencia hasta entonces hegemónica. Esta sigue siendo, durante largo tiempo, el país más fuerte, con todo el prestigio que ha recaído sobre él como poder hegemónico. Continúa siendo, normalmente, un país sumamente rico, aunque sea relativamente menos rico que antes. Sigue habiendo muchos excedentes en su riqueza nacional, lo que permite que sus residentes tengan una existencia muy cómoda. La decadencia es, al principio, un proceso lento, y desde luego, hay un intento por negar su realidad ante los demás e incluso ante uno mismo. Pero eventualmente le llega el momento.

La «Guerra de los Treinta Años»

Llegamos finalmente al momento de desorden total. La guerra originaria de los Treinta Años se libró desde 1618 hasta 1648, y tras ella surgieron hegemónicas las Provincias Unidas. La segunda fueron las guerras revolucionarias/napoleónicas de 1792-1815, de las cuales resultó hegemónico el Reino Unido. Y la tercera fue el periodo 1914-1945, del cual surgió hegemónico Estados Unidos.

En cada uno de los casos el triunfador hegemónico se libró en gran medida de toda destrucción física durante la guerra. La combinación de librarse de la destrucción y del desarrollo de la infraestructura económica durante el periodo de la guerra implicaron que, al final de la guerra mundial, la potencia hegemónica tuviese una ventaja económica inmensa sobre todas las demás grandes potencias.

Hegemonía verdadera

El final de la guerra mundial marcó el comienzo de la verdadera hegemonía. El mundo, cansado de la guerra, cansado de la destrucción del orden, cansado de la incertidumbre política, recibía con beneplácito –o parecía hacerlo– el «liderazgo» de la nueva potencia hegemónica. Esta ofrecía una visión del mundo. Los holandeses ofrecieron tolerancia religiosa (cuius regio, eius religio), respecto a la soberanía nacional (Westfalia) y mare liberum. Los británicos ofrecieron la visión del estado liberal de Europa basado en un orden parlamentario constitucional, la incorporación política de las «clases peligrosas», el patrón oro y el fin de la esclavitud. Estados Unidos ofreció elecciones multipartidistas, derechos humanos, descolonización (moderada) y el libre movimiento del capital.

En el periodo de verdadera hegemonía era esencial que la potencia hegemónica construyese tanto un «enemigo» de su visión del mundo como una red de alianzas. No era tanto que las alianzas se creasen a fin de combatir al enemigo como que el enemigo se construía para poder controlar a los aliados. La potencia hegemónica procuraba cerciorarse de que los aliados subyugasen sus intereses económicos inmediatos a los de ella misma, creando así esas ventajas «adicionales» que son el propósito y el incentivo de la hegemonía.

Los holandeses forjaron una alianza protestante con Inglaterra en contra de los franceses. Los británicos, en el periodo posterior a 1815, celebraron la Entente Cordiale con Francia contra el trío autoritario de Rusia, Austria y Prusia. Y Estados Unidos creó la OTAN (y el Tratado de Defensa Mutua Estados Unidos-Japón) contra la Unión Soviética y el bloque comunista. En todos esos casos los aliados se vieron económicamente obstaculizados por la alianza, por lo menos hasta el período de decadencia del poder hegemónico.

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